sábado, 10 de septiembre de 2016

PATRONA DE LA DIÓCESIS DE SOLOLÁ-CHIMALTENANGO


El mundo tiene tanta necesidad de compasión y la fiesta de hoy nos da una lección de compasión verdadera y profunda.  María sufre por Jesús, pero sufre también con Él y el dolor de los hombres es participación en la pasión de Cristo.

La liturgia nos hace leer en la carta a los hebreos los sentimientos del Señor en su pasión: “ofreció oraciones y súplicas, con fuertes voces y lágrimas, a aquel que podía librarlo de la muerte”.  La pasión de Jesús quedó impresa en el corazón de la madre porque estás fuertes voces y lágrimas la han hecho sufrir.  Pero el deseo de que Él fuera salvado de la muerte debió ser en ella aún más fuerte que en Jesús, porque una madre desea más que el hijo, su salvación.  Al mismo tiempo ella se ha unido a la piedad de Jesús, y está como Él, sometida a la voluntad del Padre.

Por esto la compasión de María es verdadera: porque verdaderamente tomó sobre sí el dolor del Hijo y ha aceptado con Él la voluntad del Padre, en una obediencia que termina en la verdadera victoria sobre el sufrimiento.

Nuestra compasión muy frecuentemente es superficial, no es siempre llena de fe como aquella de María.  Nosotros fácilmente vemos en el sufrimiento de los otros la voluntad de Dios, pero no sufrimos de verdad con los que sufren.

Pidamos  a  nuestra  Madre  que  una  en  nosotros  estos  dos  sentimientos  que  forman  la  compasión verdadera: el deseo de que todos aquellos que sufren experimenten la victoria sobre el propio sufrimiento y al mismo tiempo experimentar una profunda obediencia a la voluntad de Dios, que es siempre voluntad de amor.

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