jueves, 20 de octubre de 2016

PERO A ALGUNOS QUIZÁS LES SUPONDRÍA UN ESFUERZO TAN GRANDE QUE LES OBLIGARÍA A LLEVAR UNA VIDA MUY DIFÍCIL


Incluso para los homosexuales más graves, no hay otro camino de liberación que luchar por corregir sus inclinaciones desviadas. Hay que tener en cuenta que rendirse a esas tendencias, con la consiguiente búsqueda constante de contactos y de relaciones –que suelen ser inestables y frustrantes por su propia naturaleza–, desemboca a la larga en una espiral de mayor insatisfacción.

Dejarse llevar produce una angustia aún más grande, pues lleva a una vida de profundos desequilibrios afectivos, disfrazados quizá por una satisfacción aparente, pero que acaba conduciendo a una mayor desesperanza y un mayor deterioro psíquico. Por esa razón la Iglesia católica les alienta a asumir la cruz del sufrimiento y de la dificultad que puedan experimentar a causa de su condición.

¿Y cómo se asume esa cruz?

Viviendo la castidad, un sacrificio que les proporcionará como beneficio una fuente de autodonación que los salvará de una forma de vida que amenaza continuamente con destruirlos. La actividad homosexual impide la propia realización y felicidad, porque es contraria a la naturaleza.

Es cierto que en los casos más graves quizá no sean aptos para el matrimonio, pero siempre son aptos para amar –de otra manera– a los demás, y así pueden vivir incluso con un amor mayor que el que reina en muchos matrimonios.

La Iglesia les pide que vivan la castidad, por su propio bien, exactamente igual que se lo pide a todas las personas heterosexuales que no están casadas.

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