sábado, 1 de abril de 2017

CONTRICIÓN PERFECTA Y ATRICIÓN





Contrición perfecta es un pesar sobrenatural del pecado por amor a Dios, por ser Él tan bueno, porque es mi Padre que tanto me ama, y porque no merece que se le ofenda, sino que se le dé gusto en todo y sobre todas las cosas. Contrición es arrepentirse de haber pecado porque el pecado es ofensa de Dios. Siempre con propósito se enmendarse desde ahora y de confesarse cuando se pueda. La contrición es dolor perfecto.

Aunque la contrición perdona, la Iglesia obliga a una confesión posterior, porque es necesario que el pecador haga una adecuada satisfacción; y ésta, es el sacerdote el que debe imponérsela, porque es el delegado por Dios para reconciliar con la Iglesia.

El acto de contrición es la manifestación de la pena que nos causa haber ofendido a Dios por lo bueno que es y por lo mucho que nos ama:
lágrimas no sólo por temor al castigo, sino por la pena de haberle entristecido.

Atriciones un pesar sobrenatural de haber ofendido a Dios por temor a los castigos que Dios puede enviar en esta vida y en la otra, o por la fealdad del pecado cometido, que es una ingratitud para con Dios y un acto de rebeldía. Siempre con propósito de enmendarse y de confesarse. La atrición es dolor imperfecto, pero basta para la confesión.

Un ejemplo: un chico jugando a la pelota en su casa rompe un jarrón de porcelana que su madre conservaba con cariño y, al ver lo que ha hecho, se arrepiente. Si lo que teme es el castigo que le espera, tiene dolor semejante a la atrición; pero si lo que le duele es el disgusto que se va a llevar su madre, tiene un dolor semejante a la contrición.

Es lógico que la contrición y la atrición vayan un poco unidas.
Aunque uno tenga contrición, eso no impide que también tenga miedo al infierno, como corresponde a todo el que tiene fe. Y aunque uno se arrepienta por atrición, hay que suponer algún grado de amor para recuperar la amistad con Dios.
Es mejor la contrición perfecta, pues con propósito de confesión y enmienda, perdona todos los pecados, aunque sean graves.

Cuando uno, en peligro de muerte, está en pecado grave y no tiene cerca un sacerdote que le perdone sus pecados, hay obligación de hacer un acto de perfecta contrición con propósito de confesarse cuando pueda. El acto de contrición le perdona sus pecados, y si llega a morir en aquel trance, se salvará. Si se arrepiente sólo con atrición, no consigue el perdón de sus pecados graves, a menos que se confiese, o reciba la unción de los enfermos. Se salvarían muchos más si se acostumbraran a hacer con frecuencia un acto de contrición bien hecho.

Deberíamos hacer un acto de contrición siempre que tengamos la desgracia de caer en un pecado grave. Así nos ponemos en gracia de Dios hasta que llegue el momento de confesarnos.

Deberíamos hacer actos de arrepentimiento cada noche, y cada vez que caemos en la cuenta de que hemos pecado. Dios está deseando perdonarnos. Pero si no le pedimos perdón, no nos puede perdonar.

Sería una monstruosidad perdonar una falta a quien no quiere arrepentirse de ella. «De Dios no se ríe nadie».


El arrepentimiento es condición indispensable para recibir el perdón.

El verdadero arrepentimiento incluye el pedir perdón a Dios. No sería sincero nuestro arrepentimiento si pretendiésemos despreciar el modo ordinario establecido por Dios para perdonarnos.

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