viernes, 2 de junio de 2017

PREPARANDO EL PENTECOSTÉS


No puede haber fe en el Espíritu Santo, si no hay fe en Cristo, en la doctrina de Cristo, en los sacramentos de Cristo, en la Iglesia de Cristo. No es coherente con la fe cristiana, no cree verdaderamente en el Espíritu Santo quien no ama a la Iglesia, quien no tiene confianza en ella, quien se complace sólo en señalar las deficiencias y las limitaciones de los que la representan, quien la juzga desde fuera y es incapaz de sentirse hijo suyo. Me viene a la mente considerar hasta qué punto será extraordinariamente importante y abundantísima la acción del Divino Paráclito, mientras el sacerdote renueva el sacrificio del Calvario, al celebrar la Santa Misa en nuestros altares. 

También la palabra Paráclito se refiere al Abogado, el que nos defiende ante los tribunales. Es quien puede rogar e interceder por nosotros. Quien nos defiende en la lucha contra el enemigo; quien nos inspira y nos enseña en el camino de la vida interior.

Pero realmente la palabra Paráclito significa "el amigo en la necesidad". Ya en los escritos de San Pablo vemos que no se limitaba a pensar que el Espíritu Santo ayudaría a defenderse ante los tribunales, sino que precisa: "El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables " (Rom 8, 26).

Es algo maravilloso ser conscientes de esto: el Espíritu ayuda a nuestra debilidad. Si ayuda, ¿por qué no nos confiamos a él? Si ayuda, ¿por qué no le pedimos? Si ayuda, ¿por qué no descansamos en él, en vez de querer sacar fuerzas de nuestros medios humanos? Si Él ayuda.

No podemos creernos superpotentes; no podemos creer que somos capaces de resolver y entender todo, lo divino y lo humano. No podemos pensar que la oración, el trato con Dios se realiza sólo a base de esfuerzo personal: es preciso ponerlo, ¡claro que sí!, pero conscientes de que, sin la ayuda del Espíritu Santo, nada podemos.

Somos templos del Espíritu Santo, se nos dice al parecer, no nos enteramos. Y de esto debe deducirse nuestra dignidad de hijos de Dios, el respeto a nuestro cuerpo y al cuerpo de los demás, el valor inmenso de saber que no estamos solos.

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