martes, 25 de julio de 2017

SANTIAGO APÓSTOL; RUEGA POR NOSOTROS

Hermosa celebración en la fiesta de Santiago Apóstol, que interceda por nosotros en la perseverancia de nuestra fe.

La Iglesia de Patzicía



Increible la participación de losfieles
 

sábado, 8 de julio de 2017

OTRO AMIGO EN EL CIELO


Monseñor Gonzalo se une al dolor de la muerte del padre José Ignacio Scheifler sj. A sus 91 años. La Diócesis de Sololá-Chimaltenango le debe mucho a la labor realizada por el padre, ya que estuvo frente del CAPS, una institución que ayudó a muchos hermanos en la construcción de sus oratorios en las comunidades.  Nuestra oraciones por su eterno descanso y fortaleza a sus familiares. 

jueves, 6 de julio de 2017

LA FAMILIA TAMBIÉN HAY QUE SALVARLA


UNA MIRADA A LA HISTORIA RECIENTE

Tradicionalmente la doctrina católica sobre el matrimonio recogía la enseñanza de San Agustín que él mismo sistematizó en torno a los bienes del matrimonio: el bien de la prole (bonum prolis), el bien de la fidelidad (bonum fidei) y el bien del sacramento (bonum sacramenti). El matrimonio era visto como un contrato singular cuyas notas características son la unidad y la indisolubilidad. Los fines propios de esta institución natural eran descritos como la procreación y la educación de los hijos, la ayuda mutua entre los esposos y el remedio de la concupiscencia.

En las décadas anteriores a la celebración del Concilio Vaticano II, desde perspectivas más personalistas, se reclamaba una revisión de los fines del matrimonio y se abogaba por incidir más en la relevancia del amor conyugal: se insistía en la necesidad de revisar el término contrato y la división entre fin primario (procreación) y fines secundarios.

El Concilio Vaticano II Con este contexto inmediato, el Concilio Vaticano II al afrontar los temas del matrimonio y de la familia en la Gaudium et spes los trata como el primero de los problemas y necesidades urgentes en el mundo actual (GS 46). En expresión del mismo Concilio “la salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar” (GS 47).

Después de describir las sombras que oscurecen la dignidad de esta institución, se propone exponer la doctrina sobre la dignidad del matrimonio y de la familia (GS 48). 1 Cf. San Agustín, De bono coniugali: pc 40,375-376 y 394; Pío XI, Enc. Casti connubii: AAS 22 (1930) 543-555. 10 11 En este apartado de la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual (GS 48) el Concilio ofrece una síntesis en la que se guarda un equilibrio entre el carácter institucional del matrimonio y los nuevos acentos que venían propiciados por la corriente personalista. En primer lugar llama la atención la descripción que se hace del matrimonio como “íntima comunidad de vida y amor conyugal”.

La expresión “íntima comunidad” y la referencia directa al “amor conyugal” son una clara expresión de la perspectiva en la que se sitúa el Concilio. Esta “íntima comunidad”, continua el Concilio, esta “fundada por el Creador y provista de leyes propias” que no se especifican. El término “contrato” es sustituido por la palabra “alianza” (foedus) de mayor relevancia bíblica y que hace referencia al consentimiento matrimonial: “esta comunidad […] se establece con la alianza del matrimonio, es decir, con un consentimiento personal irrevocable” (GS 48).

El Concilio hace compatible estas nuevas expresiones con el lenguaje más tradicional: “Así, por el acto humano con el que los cónyuges se entregan y aceptan mutuamente nace una institución estable por ordenación divina, también ante la sociedad” (Ibíd). La palabra “institución” es completada con el término “vínculo sagrado” que apunta a la esencia del matrimonio: “este vínculo sagrado, con miras al bien tanto de los cónyuges y de la prole como de la sociedad, no depende del arbitrio humano” (Ibíd). Así pues, siguiendo el lenguaje del Concilio Vaticano II, por el consentimiento matrimonial entre un hombre y una mujer (alianza) se ingresa en una” institución” fundada por el Creador y que tiene “leyes específicas”.

Estas leyes hacen referencia a la unidad y a la indisolubilidad, que se describen en el mismo párrafo: “Así el hombre y la mujer, que por la alianza conyugal ya no son dos, sino una sola carne (Mt 19,6), se prestan mutuamente ayuda y servicio mediante la unión íntima de sus personas y sus obras, experimentando el sentido de la unidad y lográndola más cada día. Esta íntima unión, en cuanto donación mutua de dos personas, como el bien de los hijos exige la fidelidad plena de los cónyuges y urge su indisoluble unidad” (Ibíd). 10 11 Esta síntesis, como un mosaico completo en el que se unen las palabras comunidad, alianza, amor conyugal, institución y vínculo sagrado, es rematada por el Concilio con la siguiente afirmación:

“El mismo Dios es el autor del matrimonio al que ha dotado con varios bienes y fines, todo lo cual es sumamente importante para la continuación del género humano, para el provecho personal y la suerte eterna de cada miembro de la familia, para la dignidad, estabilidad, paz y prosperidad de la misma familia y de toda la sociedad humana” (Ibíd). Al hablar de los varios bienes y fines del matrimonio el Concilio no los especifica ni los subordina, aunque los Padres conciliares remiten en nota específica a San Agustín, santo Tomás y a la carta encíclica de Pío XI “Casti connubii”.

En continuidad con la doctrina católica, el Concilio destaca la llamada a la santidad de los esposos que deriva del origen del matrimonio y de su condición de sacramento de la nueva alianza: “Cristo, el Señor, ha bendecido abundantemente este amor multiforme, nacido de la fuente divina de la caridad y construido a semejanza de su unión con la Iglesia. Pues de la misma manera que Dios en otro tiempo salió al encuentro de su pueblo con una alianza de amor y fidelidad, ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia, mediante el sacramento del matrimonio, sale al encuentro de los esposos cristianos. 

EL ALCOHOLISMO ¿ES MALO?


El alcohol, desde el punto de vista bíblico, no es malo en sí mismo, sino el uso que le demos. El alcohol procede de vegetales, de plantas, seres vivos creados por Dios. No es malo de por sí lo que Dios ha creado, sí puede serlo el mal uso que hagamos seres pecaminosos y tan tendentes a equivocarnos como somos los hombres.

¿Nos advierte la Biblia frente al alcohol? Indudablemente:

Proverbios 20:1: “El vino lleva a la insolencia, y la bebida embriagante al escándalo; ¡nadie bajo sus efectos se comporta sabiamente!”

Proverbios 21:17: “El que ama el placer se quedará en la pobreza; el que ama el vino y los perfumes jamás será rico”.

Proverbios 23:20: “No te juntes con los que beben mucho vino, ni con los que se hartan de carne, pues borrachos y glotones, por su indolencia, acaban harapientos y en la pobreza”.

1 Corintios 6:10: “Ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios”.

Efesios 5:18: “No se emborrachen con vino, que lleva al desenfreno. Al contrario, sean llenos del Espíritu”.

1 Timoteo 3:8: “Los diáconos, igualmente, deben ser honorables, sinceros, no amigos del mucho vino ni codiciosos de las ganancias mal habidas”.

Tito 1:7: “El obispo tiene a su cargo la obra de Dios, y por lo tanto debe ser intachable: no arrogante, ni iracundo, ni borracho, ni violento, ni codicioso de ganancias mal habidas”.

Tito 2:3: “A las ancianas, enséñales que sean reverentes en su conducta, y no calumniadoras ni adictas al mucho vino. Deben enseñar lo bueno”.

En Deuteronomio 21 se establecía como castigo, en la nación de Israel, la muerte para el hijo que fuera rebelde contumaz y borracho (¿se imaginan eso hoy con los botelloneros actuales? ¡La población juvenil acabaría casi diezmada!).

“Si alguno tuviere un hijo contumaz y rebelde, que no obedeciere a la voz de su padre ni a la voz de su madre, y habiéndole castigado, no les obedeciere; entonces lo tomarán su padre y su madre, y lo sacarán ante los ancianos de su ciudad, y a la puerta del lugar donde viva; y dirán a los ancianos de la ciudad: Este nuestro hijo es contumaz y rebelde, no obedece a nuestra voz; es glotón y borracho. Entonces todos los hombres de su ciudad lo apedrearán, y morirá; así quitarás el mal de en medio de ti, y todo Israel oirá, y temerá”.

sábado, 1 de julio de 2017

FOTOGRAFÍAS DE LA ORDENACIÓN DIACONAL EN NUHUALÁ


La palabra diácono (diakonos) únicamente significa ministro o servidor y es utilizada en este sentido tanto en los Setenta (aunque sólo en el libro de Ester, 2,2; 4, 3) como en el Nuevo Testamento (Mat. 20, 28; Rom. 15, 25; Ef 3,7; etc.) Pero en los tiempos apostólicos la palabra empezó a adquirir un significado más definido y técnico. En sus escritos de alrededor del año 63 d.C., san Pablo se dirige "a todos los santos que viven en Filipo, junto con los obispos y los diáconos" (Fil 1,1). Unos pocos años más tarde (1 Tim 3,8 ss) él insiste a Timoteo que "los diáconos deben ser castos, no mal hablados, no dados a beber mucho vino ni a negocios sucios, que guarden el misterio de la fe con una conciencia pura."