sábado, 27 de octubre de 2018

ESCOGIDO DE ENTRE LOS HOMBRES



«Todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades. A causa de ellas, tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo. Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama, como en el caso de Aarón».

Lo que se dice del «sumo sacerdote» del Antiguo Testamento vale asimismo para el sacerdote del Nuevo Testamento; estas palabras han servido siempre para diseñar la figura y el papel del sacerdote en medio del pueblo cristiano. El verdadero y perfecto Sumo Sacerdote es, en efecto, Cristo, del que el sacerdote cristiano es un pobre representante.

Ante todo, que él está «escogido de entre los hombres». No es, por lo tanto, un ser desarraigado o bajado del cielo, sino un ser humano, que tiene a sus espaldas una familia y una historia, como todos los demás. De él se puede decir lo que sus paisanos decían de Jesús: «¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros?».

«Escogido de entre los hombres» significa, igualmente, que el sacerdote está hecho como cualquier otra criatura humana: con los deseos, los afectos, las luchas, los titubeos, las debilidades de todos. De la misma naturaleza de todos. De este modo, él estará más preparado para tener compasión, estando, también él, revestido de debilidades. Naturalmente en ello existe, igualmente, una llamada al sacerdote para ser, de hecho, compasivo, humano, comprensivo. Para ser duro consigo mismo y tierno con los demás, no al revés. A Dios no le importa tanto que sus representantes en la tierra sean perfectos cuanto que sean misericordiosos.

Ante los hombres, el sacerdote está además «constituido a favor de los hombres»; esto es, vuelto a darse para ellos, puesto a su servicio. Es cierto, también, que el médico está al servicio del hombre; quien se casa está asimismo al servicio de la vida. Lo que le distingue al sacerdote es que el suyo es un servicio «en las cosas que se refieren a Dios». Un servicio que toca la dimensión más profunda del hombre, su destino eterno.

El gran orador francés Lacordaire describe así el papel del sacerdote entre el pueblo: «Ser miembro de cada familia sin pertenecer a alguna de ellas; compartir cada sufrimiento; estar puesto aparte de todo secreto; curar cada herida; ir cada día desde los hombres a Dios para ofrecerle su devoción y sus oraciones y volver de Dios a los hombres para llevarles su perdón y su esperanza; tener un corazón de acero para la castidad y un corazón de carne para la caridad; enseñar y perdonar, consolar, bendecir y ser bendecido para siempre. Es tu vida, ¡oh sacerdote de Jesucristo!»

Delante de Cristo yo les defiendo a ustedes, para el Señor sea siempre misericordioso y bondadoso con Ustedes, pero delante de ustedes yo defiendo a Cristo.

domingo, 14 de octubre de 2018

¿CON QUÉ ENTUSIASMO DEJAS TODO POR CRISTO?


¡Dejándolo todo, lo siguieron!

La primera escena, presenta el encuentro entre el Maestro y un «joven». Él corre hacia Jesús, se arrodilla y lo llama «Maestro bueno». Luego le pregunta: «¿qué haré para heredar la vida eterna?», es decir, la felicidad, «Vida eterna» ¿Qué debemos hacer para alcanzarla? La respuesta de Jesús resume los mandamientos que se refieren al amor al prójimo. A este respecto, ese joven no tiene nada que reprocharse; pero evidentemente la observancia de los preceptos no le basta, no satisface su deseo de plenitud. Y Jesús intuye este deseo que el joven lleva en su corazón; por eso su respuesta se traduce en una mirada intensa, Se dio cuenta de que era un buen joven. Pero Jesús comprende también cuál es el punto débil de su interlocutor y le hace una propuesta concreta: dar todos sus bienes a los pobres y seguirlo. Pero ese joven tiene el corazón dividido entre dos dueños: Dios y el dinero, y se va triste.En el Evangelio de hoy, podemos encontrar tres miradas de Jesús.
En la segunda escena, el evangelista enfoca los ojos de Jesús y esta vez se trata de una mirada pensativa, de advertencia: «Mirando alrededor, dijo a sus discípulos: “¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas”»! Ante el estupor de los discípulos, que se preguntan: «Entonces, ¿quién puede salvarse?», Jesús responde con una mirada de aliento—y dice: la salvación, sí, es «imposible para los hombres, no para Dios». Si nos encomendamos al Señor, podemos superar todos los obstáculos que nos impiden seguirlo en el camino de la fe. Encomendarse al Señor. Él nos dará la fuerza, Él nos da la salvación, Él nos acompaña en el camino. 

Y así hemos llegado a la tercera escena, la de la solemne declaración de Jesús: En verdad les digo que quien deja todo para seguirme tendrá la vida eterna en el futuro y cien veces más ya en el presente. Este «cien veces más» está hecho de las cosas primero poseídas y luego dejadas, pero que se reencuentran multiplicadas hasta el infinito. Nos privamos de los bienes y recibimos en cambio el gozo del verdadero bien; nos liberamos de la esclavitud de las cosas y ganamos la libertad del servicio por amor; renunciamos a poseer y conseguimos la alegría de dar. Lo que Jesús decía: «Hay más dicha en dar que en recibir» (cf. Hch20, 35). 

El joven no se dejó conquistar por la mirada de amor de Jesús, y así no pudo cambiar. Sólo acogiendo con humilde gratitud el amor del Señor nos liberamos de la seducción de los ídolos y de la ceguera de nuestras ilusiones. El dinero, el placer, el éxito deslumbran, pero luego desilusionan: prometen vida, pero causan muerte. El Señor nos pide el desapego de estas falsas riquezas para entrar en la vida verdadera, la vida plena, auténtica y luminosa.