Las purificaciones
que se practicaban en el Antiguo Testamento no se hacían por meros motivos de higiene
o de urbanidad, sino que tenían un significado religioso: eran símbolo de la pureza
moral con la que hay que acercarse a Dios. En el Salmo 24, que formaba parte de
la liturgia de entrada en el Santuario de Jerusalén, se dice: ¿Quién subirá al monte
de Yahvé y quién permanecerá en su lugar santo? El hombre de manos inocentes, de
corazón puro.... La pureza de corazón aparece como una condición para acercarse
a Dios, para participar en su culto y ver su rostro. Pero los fariseos se habían
quedado en lo exterior, incluso habían aumentado los ritos y su importancia, mientras
descuidaban lo fundamental: la limpieza del corazón.
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La confesión |
Acudamos al Señor en el confesionario para purificar nuestro corazón, para que el Señor limpie todas nuestras malas inclinaciones.
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