La Cruz, aunque instrumento
de castigo por los romanos, se convirtió en camino hacia la Resurrección. El
madero, instrumento de muerte, se volvió Árbol de la Vida. Nosotros recordamos con mucho cariño y veneración la Santa Cruz porque
en ella murió nuestro Redentor Jesucristo, y con las cinco heridas que allí
padeció pagó Cristo nuestras inmensas deudas con Dios y nos consiguió la
salvación.
La Cruz es fruto de la libertad y amor
de Jesús. No era necesaria. Jesús la ha querido para mostrarnos su amor y su
solidaridad con el dolor humano. Para compartir nuestro dolor y hacerlo
redentor.
La Cruz es el símbolo cristiano por
excelencia, el símbolo más alto de la identidad cristiana». Precisamente, lo
absurdo de la cruz, «escándalo por los judíos y necedad para los paganos» (1
Cor 1,23), se convierte en el símbolo del amor de Dios, la medida de su amor y
la expresión de un amor sin medida. Desde siempre considerada como instrumento
de una muerte infame, reservada a los malhechores, a través de Jesús se
convierte en la puerta para la vida eterna, el principio de la resurrección.
El que no sufre, queda
inmaduro. El que lo acepta, se santifica. El que lo rechaza, se amarga y se
rebela.
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