sábado, 11 de agosto de 2018

EL PAN DE VIDA



El evangelio de estos domingos queridos hermanos parece una escalera de caracol, como que estamos dando vueltas en el mismo lugar, pero no es así. Estamos escalando y cada vez vamos más arriba o más abajo desde lo profundo de significado sobre el pan de vida.

Los sacramentos son signos; De aquí la importancia de llegar a entender el signo del pan entre los hombres. En un cierto sentido, para entender la Eucaristía nos prepara mejor la actividad del ciudadano, del molinero, del ama de casa o del panadero; porque éstos saben sobre el pan infinitamente más que el intelectual, que lo ve solamente en el momento en que llega a la mesa y lo come, incluso hasta distraídamente.

Si le preguntamos a un maestro sobre esta materia nos contaría toda la historia fatigosa para la preparación, desde la siembra del trigo hasta la fermentación, que no es nada fácil, como también puede pasar con la tortilla, desde la siembra hasta la masa. No se adquiere con facilidad. Solo el padre de familia sabe lo duro de llevar el pan y la tortilla sobre la mesa.

Ahora bien ¿Y qué es el pan cuando nos llega sobre la mesa? El padre o la madre, que lo parte o sencillamente lo pone en la mesa, se asemejan a Jesús. De igual forma, él o ella podrían decir a los hijos: «Tomen y coman: esto es mi cuerpo entregado por ustedes». El pan de cada día, en verdad, es un poco su cuerpo, el fruto de su fatiga y el signo de su amor.


 Cuántas cosas, conlleva el signo del pan: el trabajo, la espera, la nutrición, la alegría doméstica, de la unidad y solidaridad entre los que lo comen... El pan (o la tortilla en nuestro caso) es el único, entre todos los alimentos, que nunca da nauseas; que se come todos los días y, cada vez, su sabor nos resulta agradable. Se ajusta con todas las comidas. Las personas, que sufren hambre, no envidian de los ricos el manjar o el salmón ahumado; envidian, sobre todo, el pan fresco.

Bien, veamos ahora qué sucede cuando este pan llega sobre el altar y es consagrado por el sacerdote. La doctrina católica lo expresa con una palabra. Transubstanciación, con la que la Iglesia ha expresado su fe. ¿Qué quiere decir transubstanciación? Quiere decir que en el momento de la consagración el pan termina de ser pan y llega a ser cuerpo de Cristo; la sustancia del pan, cede el puesto a la sustancia de la persona divina, que es Cristo resucitado y vivo, incluso si las apariencias externas (en el lenguaje teológico, los «accidentes») permanecen las del pan.

Para entender transubstanciación pidamos ayuda a una palabra emparentada con ella y que nos resulta más familiar, la palabra transformación. Transformación significa pasar de una forma a otra, transubstanciación pasar de una sustancia a otra. Pongamos un ejemplo. Vemos salir a una señora en una sala de belleza con un peinado totalmente nuevo, a veces, nos sale espontáneamente el exclamar: «¡Qué transformación!» no decimos: «¡Qué transubstanciación!» sino que transformación porque ha cambiado el aspecto externo; pero, no su ser profundo y su personalidad. Si antes era inteligente, sigue siendo inteligente; si no lo era antes, tampoco ahora. Han cambiado las apariencias, no la sustancia.


 En la Eucaristía sucede exactamente lo contrario: cambia la sustancia; pero, no las apariencias. El pan viene transubstanciado, pero no transformado; las apariencias, en efecto, (la forma, el sabor, el color, el peso) permanecen, mientras que ha cambiado la realidad profunda, que ha llegado a ser el cuerpo de Cristo. Se ha realizado la promesa de Jesús: «El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».

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