El fundador de la orden monacal benedictina pasó tres años de soledad en lo alto de un precipicio en las montañas.
El lugar donde san Benito se retiró del mundo para ser eremita durante tres años es ahora la ubicación de una comunidad monástica abierta a los turistas, a unos 50 kilómetros de Roma.
San Benito de Nursia es un santo del siglo VI al que se le atribuye la fundación del monacato occidental, prestando su nombre a una de las órdenes que ayudó a establecer. Sin embargo, antes de que san Benito formara comunidades de monjes, pasó tres años en soledad en una cueva en un alto precipicio en la montaña. Estaba tan aislado que los pastores tenían que hacerle llegar la comida con un sistema de cuerdas.
También por aquel entonces le encontraron unos pastores oculto en su cueva. Viéndole, por entre la maleza, vestido de pieles, creyeron que era alguna fiera. Pero reconociendo luego que era un siervo de Dios, muchos de ellos trocaron sus instintos feroces por la dulzura de la piedad. Su nombre se dio a conocer por los lugares comarcanos y desde entonces fue visitado por muchos, que al llevarle el alimento para su cuerpo recibían a cambio, de su boca, el alimento espiritual para sus almas.
La primera incursión de Benito en la vida monástica no fue precisamente un éxito: su recia disciplina fue recibida de forma negativa e intentaron envenenarle, tras lo cual decidió regresar a su cueva, según explica sacred-destinations.com. Más tarde fundó monasterios en las cercanías, pero no sobre la misma cueva.
No fue hasta rondando el año 1200 que se erigió la abadía de Santa Escolástica, también conocida como abadía de Subiaco, sobre la cueva —también llamada “Sacro Speco”— donde Benito había vivido como ermitaño.
El monasterio está incrustado en una empinadísima ladera, lo cual según parece hizo que el papa Pío II lo comparara a un nido de golondrinas. Según se ha descrito, hay una estatua de san Benito en el monasterio que ordena a las rocas no aplastar a los residentes del lugar.
Además de las espectaculares vistas sobre el valle y las montañas de alrededor, el monasterio alberga una serie de frescos y obras de arte medievales, incluyendo a una Madonna y su Hijo, los Cuatro Evangelistas y una crucifixión de la escuela sienesa que data del siglo XIV.
Los visitantes también pueden ver el jardín donde se arrojó una vez Benito sobre una zarza para mantener a raya la tentación carnal. La tradición mantiene que san Francisco de Asís transformó las zarzas en rosas cuando visitó el monasterio en 1223.
La misma cueva de san Benito se encuentra en la llamada Iglesia Baja y los visitantes pueden pasar a través de ella. La cueva incluye un altar con un frontal del siglo XIII y un fresco con Benito contemplando la cruz. Las escaleras que salen de la cueva llevan al visitante a la capilla de San Gregorio, donde hay una serie de frescos, incluyendo uno de san Francisco que se cree fue un retrato contemporáneo.
Fuente: Aleteia