La liturgia de este domingo propone justamente el
texto fundamental del Libro del Génesis, sobre la complementariedad y
reciprocidad entre el hombre y la mujer. Por eso —dice la Sagrada Escritura—
abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los
dos una sola carne, es decir, una sola vida, una sola existencia. En tal unidad
los cónyuges transmiten la vida a los nuevos seres humanos: se convierten en
padres. Participan de la potencia creadora de Dios mismo.
Pero, ¡atención! Dios es amor y se participa de su
obra cuando se ama con Él y como Él. Con tal finalidad —dice san Pablo— el amor
de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se
nos ha dado. Y este es también el amor donado a los esposos en el sacramento
del matrimonio.
Es el amor que alimenta su relación a través de
alegrías y dolores, momentos serenos y difíciles.
Es el amor que suscita el deseo de generar hijos,
de esperarlos, acogerlos, criarlos, educarlos.
Cuando un amor fracasa las personas no se deben
condenar sino acompañar.
Cuando un hombre y una mujer celebran el sacramento
del matrimonio, Dios, por decirlo así, se «refleja» en ellos, imprime en ellos
los propios rasgos y el carácter indeleble de su amor. El matrimonio es la
imagen del amor de Dios por nosotros. También Dios, en efecto, es comunión: las
tres Personas del Padre, Hijo y Espíritu Santo viven desde siempre y para
siempre en unidad perfecta. Y es precisamente este el misterio del matrimonio:
Dios hace de los dos esposos una sola existencia.
La vida matrimonial es algo hermoso y debemos
custodiarla siempre, custodiar a los hijos. Son tres palabras que se deben
decir siempre, tres palabras que deben estar en la casa: permiso, gracias y perdón. Las tres palabras mágicas. Permiso: para no ser entrometido
en la vida del cónyuge. Gracias:
dar las gracias al cónyuge; gracias por lo que has hecho por mí, gracias por
esto. Esa belleza de dar las gracias. Perdon.
Y como todos nosotros nos equivocamos, esa otra palabra que es un poco difícil
de pronunciar, pero que es necesario decirla: Permiso, gracias y perdón.
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