De
vez en cuando nos llega la noticia de grandes festejos organizados por un
pueblo en honor de su soberano en circunstancias particulares. Hoy es todo el
pueblo cristiano quien hace fiesta a su Soberano y Rey. Un reino, que el
prefacio de hoy define «de la verdad y de la vida, de la santidad y de la
gracia, de la justicia, el amor y la paz». Dice san Pablo en la segunda
lectura, que arrancándonos del reino de las tinieblas el Padre nos ha
trasladado al reino de su Hijo, en el que tenemos «la redención y la remisión
de los pecados».
La
solemnidad de hoy, en cuanto a su institución, es bastante reciente. De hecho,
fue instituida por el papa Pío XI, en 1925, en respuesta a los regímenes
políticos ateos y totalitarios, que negaban los derechos de Dios y de la
Iglesia. El clima del que nació la fiesta es atestiguado, por ejemplo, por la
revolución mexicana, cuando muchos cristianos fueron a la muerte gritando hasta
el último momento: «¡Viva Cristo rey!»
Pero,
si la institución de la fiesta es reciente, no lo es así su contenido y su idea
central, es antiquísima y se puede decir que nace con el cristianismo. La
solemne proclamación de fe: «Jesús es el Señor» con la que muchos mártires de
los primeros siglos iban al martirio, poniendo su lealtad a Cristo por encima
de la del emperador.
Es
conmovedor hacer notar en el evangelio de hoy una cosa. En él se refiere que,
en el momento de su muerte, sobre la cabeza de Cristo colgaba el escrito: «Éste
es el rey de los judíos» y los circunstantes le desafiaban para que mostrara
abiertamente su realeza: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
Muchos, incluso, de entre sus amigos esperaban una demostración espectacular de
su realeza en el último momento. Pero, él escoge demostrar su realeza
preocupándose de un solo hombre, que, además, era un malhechor:
«Jesús,
acuérdate de mí cuando llegues a tu reino... le respondió: ... Te lo aseguro:
hoy estarás conmigo en el paraíso”».
Desde
esta perspectiva la pregunta más importante para plantearnos en la fiesta de
Cristo Rey no es si él reina o no en el mundo, sino si reina o no dentro de mí;
no si su realeza es reconocida por los estados y por los gobiernos, sino si es
reconocida y vivida por mí. ¿Cristo es Rey y Señor de mi vida?
Según
san Pablo existen dos posibles modos de vivir: o «para sí mismos» o «para el
Señor». Escribe: «Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco
muere nadie para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos,
para el Señor morimos.
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