Esta misma misión es la que nos comparte, es con la que “comulgamos” al “comer a Jesús”, una expresión muy áspera pero que al menos tiene la ventaja de ser familiar en nuestro vocabulario: “no trago a tal persona”. “Tragarnos a Jesús” nos ayuda un poco más a comprender lo que significaría tragarnos su mentalidad, sus opciones, sus preferencias, su estilo de vida (cf. D. Aleixandre). La Eucaristía, entonces, es tremendamente comprometedora, el que coma el Pan de Vida tiene que estar dispuesto a entregar su vida y ser alimento para la vida de este mundo.
Por otro lado, en este mismo Evangelio escuchamos que Jesús dice que el Pan de Vida es muy diferente al maná, un alimento perecedero que permitió al pueblo la existencia temporal pero no la eterna, que llenaba el estómago, pero no el corazón. En cambio, el Pan que baja del cielo, ese sí que puede llenar nuestro corazón, no solo en esta vida sino eternamente. Este futuro en Dios nos compromete a esforzarnos por vivir plenamente y ayudar a vivir plenamente a los demás.
Por eso podemos decir que «la Eucaristía es un bien social, un don que Dios nos regala «para la vida del mundo» (L. Arnaíz). En un mundo con señales de rotura por un consumismo tan provocador con signos de maltrato de la vida en todas sus formas (cf. LS 230), y en el que las consecuencias las viven dramáticamente los más pobres (cf. LS 13); la eucaristía nos interpela y nos fortalece porque solo comiéndolo sabremos ser comida (Cf. P. Casaldáliga).
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