Pocos cuidan la intimidad de su ser, con sus heridas y alegrías. Hay una exposición del yo que olvida lo hermosa que es cada persona y el respeto que merece.
«Estamos llegando al fin de una civilización, sin tiempo para reflexionar, en la que se ha impuesto una especie de impudor que nos ha llegado a convencer de que la privacidad no existe». (José Saramago)
Hace unas décadas, la intimidad presentaba una importancia nítida que defendía con barreras infranqueables el espacio del alma solo dedicado a los más cercanos y de confianza.
Si preguntamos a nuestros abuelos, nos dirían que ciertas cosas referentes a los problemas o situaciones familiares, personales, de salud, de economía, situaciones difíciles, apenas se dejaban entrever o airear entre gente ajena al círculo de amistad.
Poco a poco y sin apenas darnos cuenta, hemos cesado de proteger esos espacios para exponerlos a golpes de “likes”, “me gusta”, exclusivas, reality show. Hoy en día, es algo totalmente normal “lavar los trapos sucios” fuera de casa, el espacio público donde los demás, bien sean conocidos, oyentes o seguidores, puedan opinar, comentar, criticar y juzgar.
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