La Solemnidad que
celebramos «es como una síntesis de todo el misterio salvífico». Con ella se
cierra el año litúrgico, después de haber celebrado todos los misterios de la
vida del Señor, y se presenta a nuestra consideración a Cristo glorioso, Rey de
toda la creación y de nuestras almas. Aunque las fiestas de Epifanía, Pascua y
Ascensión son también de Cristo Rey y Señor de todo lo creado, la de hoy fue
especialmente instituida para mostrar a Jesús como el único soberano ante una
sociedad que parece querer vivir de espaldas a Dios.
En los textos de la
Misa se pone de manifiesto el amor de Cristo Rey, que vino a establecer su
reinado, no como la fuerza de un conquistador, sino con la bondad y mansedumbre
del pastor.
Con esta solicitud
buscó el Señor a los hombres dispersos y alejados de Dios por el pecado. Y como
estaban heridos y enfermos, los curó y vendó sus heridas. Tanto los amó que dio
la vida por ellos. «Como Rey viene para revelar el amor de Dios, para ser el
Mediador de la Nueva Alianza, el Redentor del hombre.
El Reino instaurado
por Jesucristo actúa como fermento y signo de salvación para construir un mundo
más justo, más fraterno, más solidario, inspirado en los valores evangélicos de
la esperanza y de la futura bienaventuranza, a la que todos estamos llamados.
Por esto en el Prefacio de la celebración eucarística de hoy se habla de Jesús
que ha ofrecido al Padre un reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia,
de justicia, de amor y de paz». Así es el Reino de Cristo, al que somos
llamados para participar en él y para extenderlo a nuestro alrededor con un
apostolado fecundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si te gustó el artículo, déjame tu comentario.