«Todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en
el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Él puede comprender a los ignorantes y
extraviados, ya que él
mismo está envuelto en
debilidades. A causa de ellas, tiene que ofrecer sacrificios por sus propios
pecados, como por los del pueblo. Nadie puede arrogarse este honor: Dios es
quien llama, como en el caso de Aarón».
Lo
que se dice del «sumo
sacerdote» del Antiguo
Testamento vale asimismo para el sacerdote del Nuevo Testamento; estas palabras
han servido siempre para diseñar
la figura y el papel del sacerdote en medio del pueblo cristiano. El verdadero
y perfecto Sumo Sacerdote es, en efecto, Cristo, del que el sacerdote cristiano
es un pobre representante.
Ante
todo, que él está «escogido de entre los hombres». No es, por lo tanto, un ser desarraigado o bajado del cielo,
sino un ser humano, que tiene a sus espaldas una familia y una historia, como
todos los demás.
De él se puede decir lo
que sus paisanos decían
de Jesús: «¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón
y Judas? Y sus hermanas, ¿no
están todas entre
nosotros?».
«Escogido de entre los hombres» significa, igualmente, que el sacerdote está hecho como cualquier otra criatura
humana: con los deseos, los afectos, las luchas, los titubeos, las debilidades
de todos. De la misma naturaleza de todos. De este modo, él estará más
preparado para tener compasión,
estando, también
él, revestido de
debilidades. Naturalmente en ello existe, igualmente, una llamada al sacerdote
para ser, de hecho, compasivo, humano, comprensivo. Para ser duro consigo mismo
y tierno con los demás,
no al revés. A Dios no le
importa tanto que sus representantes en la tierra sean perfectos cuanto que
sean misericordiosos.
Ante
los hombres, el sacerdote está
además «constituido a favor de los hombres»; esto es, vuelto a darse para ellos,
puesto a su servicio. Es cierto, también, que el médico
está al servicio del
hombre; quien se casa está
asimismo al servicio de la vida. Lo que le distingue al sacerdote es que el
suyo es un servicio «en
las cosas que se refieren a Dios». Un servicio que toca la dimensión más
profunda del hombre, su destino eterno.
El
gran orador francés
Lacordaire describe así
el papel del sacerdote entre el pueblo: «Ser miembro de cada familia sin pertenecer a alguna de ellas;
compartir cada sufrimiento; estar puesto aparte de todo secreto; curar cada herida;
ir cada día desde los hombres a
Dios para ofrecerle su devoción
y sus oraciones y volver de Dios a los hombres para llevarles su perdón y su esperanza;
tener un corazón
de acero para la castidad y un corazón de carne para la caridad; enseñar y perdonar, consolar, bendecir y ser bendecido para siempre.
Es tu vida, ¡oh
sacerdote de Jesucristo!»
Delante de Cristo yo les defiendo a ustedes, para
el Señor sea siempre misericordioso y bondadoso con Ustedes, pero delante de
ustedes yo defiendo a Cristo.