Talvez esta beatificación debería llamar la atención ante todo de
los sacerdotes; los de Estados Unidos, especialmente en Oklahoma y los de Guatemala
particularmente en Sololá-Chimaltenango. En este momento histórico en que nuestra
Iglesia es devastada por los escándalos de algunos, necesitamos atractivos modelos
de sacerdotes santos, fieles y llenos de caridad pastoral. Al acercarnos a la vida, al ministerio y al
martirio del Beato Stanley, comprobamos por
qué la Providencia ha permitido que lo veamos hoy en los altares.
Su vida
sacerdotal ordinaria y sencilla lo hacen paradójicamente muy extraordinario. Los ideales
de vida sacerdotal son encarnados en la realidad de todos los días y la entrega
gozosa de la entera existencia se hace algo tangible. El paradigma de una vida santa nos interpela y
nos equilibra: mientras celebramos los sagrados
misterios con la dignidad que aprendimos
en el Seminario, nos santificamos y santificamos al pueblo de Dios; administramos
los sacramentos; somos maestros de la Palabra
y guiamos en la caridad a la grey del Señor. El nuevo Beato también nos impele a dejarnos tocar por aquel rebaño que cuidamos, tan sediento de Dios y tan lleno de fe; pero al mismo
tiempo tan herido, tan pobre, tan relegado… y nos impulsa también a buscar soluciones,
como Apla’s en Atitlán, en su pequeña misión, con sus siembras, en su escuela, en su querida iglesia. El pastor no puede huir tampoco de esta realidad.
… otra forma muy profunda
de justicia, era su deseo de ver que la gente tuviera la oportunidad
de aprender verdaderamente quién es Jesús.
La beatificación del Padre Apla’s también llama la atención de los fieles. Ellos, con esperanza y sencillez buscan a Jesucristo y acuden a nuestras parroquias. Todos ellos igualmente están llamados a hacer presente el amor de Dios en cada aspecto de la vida cotidiana. Empeñados en esta meta, todos confirmamos la certeza de que el Señor no deja de proveer buenos pastores para su rebaño. El ejemplo de un sacerdote fiel debe acrecentar el gozo de todos para vivir la fe aún contra corriente, en un mundo organizado desde intereses egoístas de personas y grupos, sin dejarnos amedrentar por una opinión pública cada vez más hostil a la Iglesia.
Este acontecimiento histórico también llama la atención a la entera Iglesia en Guatemala. Desde la perspectiva de la fe –que es la que más cuenta- el reconocimiento de la vida santa y heroica de una persona, es una especie de epifanía del querer divino que se revela asombrosamente en el tiempo del hombre. Por eso cada santo es providencial para su tiempo. La beatificación de Stanley Rother no es una ocasión para echar mano de ideologías rancias.
Tampoco se trata de insistir en la capacidad económica para “comprar santidades”. Más bien, a partir de este momento de gracia, deberíamos seguir apostando, con renovado vigor, por la buena formación de los seminaristas y los sacerdotes. Con el mismo ánimo, bien podríamos retomar aquella tarea de dignificar
y no olvidar a los otros, que como Stanley también
han sido testigos fieles en aquella época lóbrega y terriblemente dolorosa de nuestra reciente historia. Sacerdotes, religiosos, laicos, catequistas como Diego Quic, secuestrado en el atrio de la iglesia a la vista de todos, o Miguel Buch, asesinado en su casa de Parramos mientras rezaba el rosario… y tantos más que con su amor
a Jesucristo y su vida cristiana ejemplar han dado un testimonio heroico.
El proceso de beatificación del Padre Stanley fue impulsado principalmente
fuera de Guatemala, en parte tal vez por las posibilidades digamos técnicas. Esto
tal vez también haya sido providencial porque ha permitido conocer con mejor perspectiva
la vida sacerdotal de un hombre sencillo, ordinario como dicen en
Oklahoma y sin banderas ideológicas o políticas: ¡un
sacerdote según el corazón de Cristo!
Lo advertía hace años el Padre Gregorio Scheffer: Stanley no tenía
ningún interés en la política. Justicia sí, justicia y derechos humanos pero política
en su sentido literal no. Mostrar justicia
era su lucha. Ver que la gente tuviera algo mejor era su constante lucha, así como
un gran deseo por la educación al alcance de la gente y aquellos que la aspiraban.
Su participación en el campo a las afueras del pueblo. Todo por su gran deseo de hacer el bien, esto en
el sentido de la justicia y en otro sentido, otra forma muy profunda de justicia,
era su deseo de ver que la gente tuviera la oportunidad de aprender
verdaderamente quién es Jesús. Conversando
con los dos hermanos del Beato, que aún viven en Okarche el pueblo natal, también
descubrimos que el ambiente familiar, sencillo, auténtico, católico, hicieron que
la vocación y la santidad de “Stan” no fueran algo improvisado. La semilla
plantada desde la infancia, dio fruto fecundo en el Ministerio.
Nosotros nos llenamos de gozo y agradecimiento al ver cumplidas
las palabras divinas: Ustedes son la luz del mundo… Alumbre así su luz ante los
hombres (Mt. 14. 16). En Oklahoma, durante la solemne ceremonia de beatificación,
también compartimos la alegría y recibimos las felicitaciones de hermanos cristianos
de otras denominaciones y otros no cristianos. En Guatemala penosamente no ha sido
así.
El evento pasó casi desapercibido en los medios de comunicación laicos; los únicos comentarios
de gente no católica, resultan ser de ignorante crítica y absurdo rencor. Pero no
perdemos el sueño por eso, porque la alegría de este acontecimiento y la vida de
Stanley, como bien que se difunde, también es para los que, sin saberlo, bien les
vendría conocerlo. La caridad de Cristo nos
obliga a anunciar el testimonio de los mártires y a no callar. El testimonio de la vida es la mejor garantía
de la veracidad de nuestra predicación y los santos la mejor demostración: estos
son los que han lavado sus túnicas y las han blanqueado en la sangre del Cordero.
Por eso están ante el trono de Dios y le sirven de día y de noche en su templo (Ap.
14.15). Por eso, en nuestro
tiempo, como en otros, lo que cuenta es la coherencia con la que se vive la fe.
P. Tulio Omar
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