Hace unos días un pequeño grupo de sacerdotes y laicos de Sololá-
Chimaltenango, invitados por el Arzobispo de Oklahoma, participó en la beatificación
del padre Stanley Rother, martirizado en Santiago Atitlán hace 36 años. Fue un
momento memorable que conviene entender con progresiva profundidad, debido a la
importancia que tiene para la Iglesia, especialmente en los Estados Unidos y en
Guatemala.
La ceremonia presidida por el Cardenal Amato y concelebrada por
muchos obispos y presbíteros, fue emocionante y concurrida. Fue notable la presencia
del obispo de Sololá-Chimaltenango Monseñor Gonzalo de Villa y los dos arzobispos
de Guatemala. De los fieles, la gran mayoría de asistentes fueron americanos que
en familia llegaron también de diversos lugares de los Estados Unidos. También
habían latinoamericanos, asiáticos… 15 mil almas que ordenadamente llenaron el impresionante
recinto y unos 2 mil más que no pudieron entrar. Si no fuera por eso tal vez hubiera echado en falta
a los ausentes cardenales estadounidenses, a más obispos guatemaltecos y tal vez a más fieles de nuestra tierra, probablemente los que viven en aquél país y que
son muchos.
Los poquísimos guatemaltecos presentes, apenas nos hicimos notar
–para la próxima nos vendría muy bien manifestar mejor nuestra identidad-.
Esta pequeña y casi desapercibida delegación contó con la simpatía
y compañía de Monseñor Julio Cabrera y fue recibida con enorme cariño por el equipo
Hispano de la Arquidiócesis anfitriona. La
espera de casi dos horas se hizo corta en el enorme espacio inundado por la polifonía de cientos
de voces y la ancestral percusión de los tambores indios de Norteamérica.
Los
santos son locales -Okarche, Atitlán- pero
su impacto es Universal. La muerte del padre Apla’s atrajo la atención de la gente
sobre la misión en Santiago Atitlán; su beatificación ahora cautiva, por varias
razones, la mirada de todos.
P. Tulio Omar
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