El domingo sin ocaso…
Qué pronto llegó para ti
P. Lee. Quien iba a pensar que tu ministerio entre nosotros, duraría solamente
siete años. Vienen ahora a mi memoria los preparativos de tu primera misa,
elegiste el prefacio dominical X, El Día del Señor.
Cuánto empeño pusiste en
la preparación, cuidaste cada detalle, fuiste dándome instrucciones, mientras
repasábamos el ordinario de la misa. A pesar de que tú eras más diestro como
ceremoniero, pediste que yo te ayudara y acompañara, durante la celebración,
fuiste dócil a lo que yo te iba diciendo. La ilusión de aquel primer día, la
conservaste en cada Eucaristía. Quienes te tuvimos cerca, de ello fuimos
testigos. Ritos, vasos, ornamentos, cantos y todo aquello que se refería a las
celebraciones litúrgicas las querías “a punto”, no dejabas escapar detalles. La
liturgia era tu pasión. Cuánto aprendimos quienes te vimos celebrar. Ahora que
te has marchado déjanos parte de “tu espíritu de la liturgia”, para que
nosotros, errantes peregrinos, que aún seguiremos “reuniéndonos en la escucha
de la Palabra, comulgando el Pan único y partido, celebrando el memorial del
Señor Resucitado y esperando el domingo sin ocaso”, hagamos de nuestras
celebraciones un auténtico reflejo de la Liturgia celestial.
“Has participado en una
noble competición, has llegado a la meta en la carrera, has conservado la fe”,
vive pues en el Domingo sin ocaso, entra en el Descanso de tu Dios, contempla
para siempre el Rostro de tu Señor a quien serviste entre los hijos de Adán,
canta para siempre su misericordia, ya te has unido a los ángeles y a los
santos con gozosa alegría para cantar el himno de gloria.”
Esta noche al celebrar la
Eucaristía, en la soledad y el silencio de la capilla del Colegio Mayor, he
dado gracias a Dios por las misericordias que hizo en ti. Uniéndome
espiritualmente a quienes celebrarán tu funeral en el Santuario Corazón de
Jesús, he pedido al Buen Dios, en comunión con todos aquellos que han celebrado
tus exequias, “que participes eternamente en la gran asamblea de su reino, que
llegues a disfrutar a plena luz, en la realidad de la gloria, los misterios que
administraste en la fe mientras vivías, que te reciba en la asamblea jubilosa
de los santos, que te alcance su misericordia y que vivas ahora feliz de su
presencia. Que así como has compartido ya la muerte de Jesucristo compartas
también con Él la gloria de la resurrección”.
Me encomiendo a tu
intercesión, sé que desde el cielo me ayudarás. Si cuando vivías entre nosotros
supiste ayudarme, cuánto más ahora que estás en el cielo.
Un día fui tu ceremoniero,
se tú desde ahora mi ceremoniero, enséñame a tratar bien al Señor, en cada
Eucaristía, puesto “que es Hijo de Buen Señor”.
Gracias Padre Lee. Los
padres de “la vicaría de Comalapa” te echaremos en falta, pero sabemos que
desde el cielo nos acompañas. Hasta pronto Padre Lee. Reserva para nosotros un
sitio en el cielo, para que un día celebremos juntos "el Domingo sin
ocaso".
Fuente; Angello Giuseppe
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