sábado, 26 de septiembre de 2015

¡OJALÁ TODO EL PUEBLO DEL SEÑOR FUERA PROFETA!

Jesús nos recuerda la apertura de espíritu, el corazón católico, universal, que no confunde la unidad con la uniformidad. “¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!”, contesta Moisés a Josué. Y Jesús a los suyos, cuando quisieron prohibirle a uno su actuación porque “no es de los nuestros”, les dijo: “No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede hablar mal de mí”.
A veces, esta mentalidad se concreta en desacreditar instituciones de la Iglesia que se dedican sólo a la oración y la penitencia en un monasterio, o al estudio, al cuidado de los ancianos y enfermos, a la enseñanza, a los pobres, a los cautivos..., siguiendo el espíritu que cada familia religiosa o cada persona ha recibido de Dios. El espíritu sopla donde quiere, dice el Señor. No pretendamos encerrar el viento porque es imposible. Si entendemos bien lo que es la Iglesia y tenemos el espíritu de Cristo, nos alegraremos de que el Señor sea anunciado de formas tan diversas, expresando, la catolicidad de la Iglesia.
La Iglesia es un gran cuerpo en el que Cristo es la cabeza, nosotros sus miembros y quien lo anima es el Espíritu Santo. “He ahí al Cristo total, cabeza y cuerpo, uno solo formado de muchos... Sea la cabeza la que hable, sean los miembros, es Cristo el que habla”, afirma S. Agustín.
La Iglesia es una realidad querida por Dios de una riqueza imposible de encerrar en una imagen. La Iglesia es redil cuya única puerta es Cristo, es labranza o campo de Dios; es construcción de Dios de la que Cristo es la piedra angular y nosotros piedras vivas; es familia, es templo...
El señor nos habla también hoy sobre el escándalo, y pronuncia severas palabras a propósito de la mano, del pie y del ojo humano, cuando se convierten en causa de pecado.

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