El Evangelio de este
domingo, tomado del capítulo 14 de san Juan, nos ofrece un retrato espiritual
implícito de la Virgen María, donde Jesús dice: «Si alguno me ama, guardará mi
Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él».
Estas expresiones van
dirigidas a los discípulos, pero se pueden aplicar en sumo grado precisamente a
aquella que es la primera y perfecta discípula de Jesús. En efecto, María fue
la primera que guardó plenamente la palabra de su Hijo, demostrando así que lo
amaba no sólo como madre, sino antes aún como sierva humilde y obediente; por
esto Dios Padre la amó y en ella puso su morada la Santísima Trinidad.
Además,
donde Jesús promete a sus amigos que el Espíritu Santo los asistirá ayudándoles
a recordar cada palabra suya y a comprenderla profundamente, ¿cómo no pensar en
María que en su corazón, templo del Espíritu, meditaba e interpretaba fielmente
todo lo que su Hijo decía y hacía? De este modo, ya antes y sobre todo después
de la Pascua, la Madre de Jesús se convirtió también en la Madre y el modelo de
la Iglesia.
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