La familia unida por la oración |
La oración es para cualquier bautizado lo que es el aire para los
seres humanos: algo imprescindible. Aprender
a rezar toca a todos: a los padres, en las distintas etapas de su maduración
interior; a los hijos, desde pequeños y cuando poco a poco entran en el mundo
de los adultos.
La oración en la
vida familiar tiene diversas formas. El día inicia con breves oraciones por la
mañana. Por ejemplo, los padres pueden levantar a sus hijos con una pequeña
jaculatoria; o, después de asearse o antes del desayuno, todos rezan juntos una
pequeña oración (el Padrenuestro, el Ave María, parte de un Salmo o del
Magnificat, etc.).
Otras plegarias
surgen de modo espontáneo, según las necesidades de cada día. La familia reza
por el examen de selectividad, por la situación de la fábrica donde trabaja
papá o mamá, por las lluvias, por el eterno descanso del abuelo...
El clima de oración
se prolonga a lo largo del día. Para ello, ayuda mucho crear un hábito de
“jaculatorias”, pequeñas oraciones espontáneas que dan un toque religioso a la
jornada. “Señor, confío en Ti”. “Creo, Señor, ayúdame a creer”. “Te alabamos,
Señor, porque eres bueno”. “Gracias, Señor, por el don dela vida”.. “Jesús,
manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo”...
La hora de comer
permite un momento de gratitud y de unión en la familia. Otro momento de
oración consiste en el rezo del Ángelus (se puede rezar hasta tres veces en la
jornada, o si se prefiere al menos a medio día) y del Rosario. Para los niños (y
para algunos adultos también), a veces el Rosario resulta un poco aburrido. Los
padres pueden ayudar a los hijos a descubrir la belleza de esta sencilla
oración, quizá enseñándoles a rezar primero un solo misterio, luego dos, etc.,
y explicando el sentido de esta hermosa plegaria dirigida a la Madre de Dios y
Madre de la Iglesia.
Cuando llega la
noche, la familia busca un momento para dar gracias por el día transcurrido,
para pedir perdón por las posibles faltas, para suplicar la ayuda que necesitan
los de casa y los de fuera, los cercanos y los lejanos. Es muy hermoso, en ese
sentido, aprender a rezar por las víctimas de las guerras, por las personas que
pasan hambre, por los que viven sin esperanza y sin Dios.
La oración
constante ha permitido a la familia, chicos y grandes, descubrir que la
jornada, desde que amanece hasta la hora de dormir, tiene sentido desde Dios y
hacia Dios. Todo ello prepara a vivir a fondo los momentos más importantes para
todo católico: los Sacramentos.
Si el Sacramento de
la Eucaristía es el centro de la vida cristiana, también debe serlo en el
hogar. La familia necesita descubrir la belleza del domingo, la maravilla de la
Misa, la importancia de la escucha de la Palabra, la participación consciente y
activa en los ritos. Participar juntos,
como familia, en la misa del domingo es una tradición que vale la pena
conservar. También cuando los hijos son pequeños. Los padres pueden enseñarles,
poco a poco, el sentido de cada rito, las posturas que hay que adoptar, el
respeto que merece la Casa de Dios. Son cosas que luego quedan grabadas en los
corazones para toda la vida.
La semana se vive
de un modo distinto si arranca del domingo y desemboca en el domingo. Durante
la semana, la familia busca vivir aquello que ha escuchado, que ha vivido en la
celebración eucarística dominical. A la vez, se prepara con el pasar de los
días para el encuentro íntimo y personal con Cristo que tendrá lugar, Dios
mediante, el domingo siguiente.
Ayuda mucho, en
este sentido, hacer “visitas” a Cristo eucaristía durante la semana, en nuestra
parroquia especialmente el jueves, de forma personal o en pequeños grupos.
También es muy provechoso, entre semana, recordar en casa cuál fue el evangelio
del domingo anterior, o dar pistas para abrirse a los textos sagrados que serán
leídos el domingo siguiente.
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