Dios, al crear al hombre,
le concedió el don de la gracia santificante, elevándolo a la dignidad de hijo
suyo y heredero del cielo. Al pecar Adán y Eva se rompió la amistad del hombre
con Dios, perdiendo el alma la vida de la gracia. A partir de ese momento,
todos los hombres con la sola excepción de la Bienaventurada Virgen María
nacemos con el alma manchada por el pecado original.
La misericordia de Dios,
sin embargo, es infinita: compadecido de nuestra triste situación, envió a su
Hijo a la tierra para rescatarnos del pecado, devolvernos la amistad perdida y
la vida de la gracia, haciéndonos nuevamente dignos de entrar en la gloria del
cielo.
Todo esto nos lo concede a
través del sacramento del bautismo: Con El hemos sido sepultados por el
bautismo, para participar en su muerte, de modo que así como El resucitó de
entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una
nueva vida'' (Rom. 6, 4).
Hoy es un buen día para
agradecer al Señor el día de nuestro Bautismo, digámosle al Señor “gracias por
hacerme hijo tuyo, por el agua y el Espíritu.
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