viernes, 21 de agosto de 2015

LA DESESPERACIÓN Y EL SUICIDIO


Al regresar de la Guerra de Irak un soldado telefoneó a sus padres desde San Francisco: "Mamá, Papá: Voy de regreso a casa, pero les tengo que pedir un favor. Traigo a un amigo que me gustaría se quedara con nosotros".

"Claro que sí", le contestaron llenos de alegría por su regreso, "Nos encantaría conocerlo."

"Pero hay algo que deben saber", el hijo, siguió diciendo, "mi amigo fue gravemente herido en la guerra. Pisó una mina de tierra y perdió un brazo y una pierna un ojo y quedo muy desfigurado del rostro. Sus padres ya Fallecieron. No tiene donde ir y quiero que se venga a vivir con nosotros a casa".

"Siento mucho el escuchar eso, hijo. A lo mejor podemos encontrar un lugar en donde él se pueda quedar."

"No, mamá y papá, yo quiero que el viva con nosotros y que seamos su familia."

"Hijo," le dijo el padre, "tú no sabes lo que estas pidiendo. Una persona tan limitada físicamente sería un gran peso para nosotros. Tenemos nuestras propias vidas que vivir y no podríamos cuidarle adecuadamente. Yo pienso que estás demasiado afectado con ese caso. Deberías de regresar a casa y olvidarte de él. Tú amigo encontrará una manera en la que pueda vivir el solo. Además él es la responsabilidad del gobierno y puede ingresar en un lugar para veteranos de guerra. Para eso pagamos impuestos."

Al oír esas palabras, el hijo colgó el teléfono. Los padres no volvieron a saber nada de él hasta que unos días más tarde recibieron una llamada telefónica de la policía de San Francisco. Su hijo había muerto al caer de la ventana de un edificio. La policía creía que era un suicidio. Los padres, destrozados por la noticia, volaron a San Francisco y fueron llevados a la morgue de la ciudad para que identificaran a su hijo. Con horror, descubrieron que su hijo tan solo tenía un brazo y una pierna. El representante del ejército les relató algo que el joven había querido mantener en secreto: Había sufrido los efectos de la explosión de una mina. El mismo era el "amigo" y quería saber de antemano si sus padres de verdaderamente lo aceptarían. Lamentablemente, al percibir la negativa, se suicidó desesperado.

La desesperación y el suicidio jamás son el camino. Jesús nos ama y nos acoge tal cual somos y si le entregamos nuestra vida miserable, Él nos lleva a la casa del Padre. Pero muchas personas necesitan de nuestra acogida para comprender ese amor divino.

Los padres de esta historia son como muchos de nosotros. Encontramos muy fácil amar a quienes nos resultan atractivos, pero rechazamos a los que retan nuestro egoísmo y nos causan inconveniencias.

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