Cincuenta años después
de su promulgación por parte del Papa Pablo VI, ¿se leerá, por fin, la Constitución
del Concilio Vaticano II sobre la sagrada liturgia? Porque la Sacrosanctum
concilium no es un simple catálogo de “recetas” reformistas, sino una verdadera
y propia “carta magna” de la acción litúrgica.
En la Iglesia “lo que
proviene de la acción está ordenado a la contemplación” (cfr. n. 2). La constitución
conciliar nos invita a volver a descubrir el origen trinitario de la obra litúrgica.
En efecto, el concilio establece una continuidad entre la misión de Cristo Redentor
y la misión litúrgica de la Iglesia. “Así como Cristo fue enviado por el Padre,
Él, a su vez, envió a los Apóstoles” para que “mediante el sacrificio y los sacramentos
en torno a los cuales gira toda la vita litúrgica” ayuden a “la obra de salvación”
(n.6).
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