¿Qué hacer para que el
amor que unió a dos personas “en una sola carne” no lo apaguen las diferencias
de caracteres y gustos, el paso lento de los días, los desengaños y los
sinsabores y penas de la vida?
El amor es como un fuego
que debe ser cuidado y alimentado cada día sacrificando troncos y ramas, y
avivándolo con el soplete, el viento del Espíritu que lo hizo prender en el
corazón de cada uno. Serán esos troncos y ramas de la paciencia, la delicadeza
en el trato mutuo; los detalles de servicio; el no elevar alteradamente la voz;
evitar las indirectas; ese saber cuándo se debe callar y cuando el silencio
puede resultar insoportable o hiriente; el buen humor en los momentos de
tensión; el no querer tener siempre razón porque es más importante tener
armonía y paz que tener razón; el pasar por alto los pequeños fallos que todos
cometemos en la vida; ¡y tantos detalles pequeños más! Troncos y ramas que
mantendrán encendido ese fuego. Recordemos esto: el amor no resuelve los
problemas, los elimina, impidiendo que se produzcan.
Ya sabemos que la
convivencia no siempre es fácil, pero no la hagamos más difícil todavía
descuidando esas pequeñas cosas que el amor convierte en grandes y que hacen,
también grande, al amor. “Un pequeño acto, hecho por Amor, ¡cuánto vale!”,
afirma San Josemaría Escrivá, y añade: “te has equivocado de camino si
desprecias las cosas pequeñas”.
“No es posible encontrar a
dos personas por muy íntimas que sean, por mucho que congenien en sus gustos y
apreciaciones, por mucha afinidad de sentimientos espirituales que existan
entre las mismas, que no se vean obligadas a renunciar en beneficio mutuo a
muchos de sus gustos y deseos si quieren vivir juntas felizmente. El compromiso,
en el más amplio sentido de la palabra, es el principio de toda combinación, y
cualquiera que insista en gozar plenamente de sus derechos, en manifestar sus
opiniones sin tolerar las de su prójimo, y de esta suerte en los distintos
aspectos, habrá de resignarse forzosamente a vivir solo, pues le será imposible
hacerlo en comunidad”. Cardenal Newman
No le cerremos la puerta a
la armonía familiar por el egoísmo de pensar sólo en los propios gustos e
intereses. Ningún valor por grande que parezca es comparable a la paz familiar.
¡Unidad por encima de todo, aunque haya que sacrificar algún derecho! No hay
felicidad allí donde no hay fidelidad a esas pequeñas renuncias, a esas menudas
atenciones, que hacen grande y fuerte el amor y constituyen el secreto de la
armonía conyugal.
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