El
Evangelio de este domingo tiene como tema principal el de la riqueza. Jesús
enseña que para un rico es muy difícil entrar en el Reino de Dios, pero no
imposible; en efecto, Dios puede conquistar el corazón de una persona que posee
muchos bienes e impulsarla a la solidaridad y a compartir con quien está
necesitado, con los pobres, para entrar en la lógica del don.
El
personaje del evangelio se trataba de una persona que desde su juventud
observaba fielmente todos los mandamientos de la Ley de Dios, pero todavía no
había encontrado la verdadera felicidad; y por ello pregunta a Jesús qué hacer
para «heredar la vida eterna». Por un lado es atraído, como todos, por la
plenitud de la vida; por otro, estando acostumbrado a contar con las propias riquezas,
piensa que también la vida eterna se puede «comprar» de algún modo, tal vez
observando un mandamiento especial.
Jesús
percibe el deseo profundo que hay en esa persona y —apunta el evangelista— fija
en él una mirada llena de amor: la mirada de Dios. Pero Jesús comprende
igualmente cuál es el punto débil de aquel hombre: es precisamente su apego a
sus muchos bienes; y por ello le propone que dé todo a los pobres, de forma que
su tesoro —y por lo tanto su corazón— ya no esté en la tierra, sino en el
cielo, y añade: « ¡Ven! ¡Sígueme!» Y aquél, sin embargo, en lugar de acoger con
alegría la invitación de Jesús, se marchó triste, porque no consigue
desprenderse de sus riquezas, que jamás podrán darle la felicidad ni la vida eterna.
Es en
este momento cuando Jesús aprovecha para enseñar a sus discípulos «¡Qué difícil les será entrar en el reino de
Dios a los que tienen riquezas!». Ante estas palabras, los discípulos quedaron
desconcertados; y más aún cuando Jesús añadió: «Más fácil le es a un camello
pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios».
Pero al
verlos atónitos, dijo: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo
puede todo» Comenta san Clemente de Alejandría: «La parábola enseña a los ricos
que no deben descuidar la salvación como si estuvieran ya condenados, ni deben
arrojar al mar la riqueza ni condenarla como traicionera y opuesta a la vida,
sino que deben aprender cómo utilizarla y obtener la vida» (¿Qué rico se
salvará?
La
historia de la Iglesia está llena de ejemplos de personas ricas que utilizaron
sus propios bienes de modo evangélico, alcanzando también la santidad. Pensemos
en san Francisco, santa Isabel de Hungría o san Carlos Borromeo.
Que la
Virgen María, Trono de la Sabiduría, nos ayude a acoger con alegría la
invitación de Jesús para entrar en la plenitud de la vida.
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