Creo en la tercera Persona de la Santísima Trinidad. El Espíritu Santo ha sido llamado por algunos autores "el gran desconocido". Porque, realmente, sabemos que es la tercera persona de la Santísima Trinidad, pero apenas sí lo tratamos.
Es preciso
que nosotros, como cristianos, intentemos penetrar en el Misterio de Dios y
sepamos agradecerle su ayuda amorosa y constante, debemos atenderlo en el fondo
de nuestro corazón, y saber responderle con nuestro amor y nuestras obras a
todas las inspiraciones y mociones que de él recibimos.
Nuestra fe nos enseña que la creación
entera, el movimiento de la tierra y el de los astros, las acciones rectas de
las criaturas y cuanto hay de positivo en el sucederse de la historia, todo, en
una palabra, ha venido de Dios y a Dios se ordena. La acción del Espíritu Santo
puede pasarnos inadvertida, porque Dios no nos da a conocer sus planes y porque
el pecado del hombre enturbia y obscurece los dones divinos. Pero la fe nos
recuerda que el Señor obra constantemente: es Él quien nos ha creado y nos
mantiene en el ser; quien, con su gracia, conduce la creación entera hacia la
libertad de la gloria de los hijos de Dios.
La tradición cristiana ha resumido la actitud que debemos
adoptar ante el Espíritu Santo en un solo concepto: docilidad. Ser sensibles a lo que el Espíritu divino promueve a
nuestro alrededor y en nosotros mismos: a los carismas que distribuye, a los
movimientos e instituciones que suscita, a los afectos y decisiones que hace
nacer en nuestro corazón. El Espíritu Santo realiza en el mundo las obras de
Dios: es —como dice el himno litúrgico— dador de las gracias, luz de los
corazones, huésped del alma, descanso en el trabajo, consuelo en el llanto. Sin
su ayuda nada hay en el hombre que sea inocente y valioso, pues es Él quien
lava lo manchado, quien cura lo enfermo, quien enciende lo que está frío, quien
endereza lo extraviado, quien conduce a los hombres hacia el puerto de la
salvación y del gozo eterno.
Pero esta fe nuestra en el Espíritu Santo ha de ser plena y
completa: no es una creencia vaga en su presencia en el mundo, es una
aceptación agradecida de los signos y realidades a los que, de una manera
especial, ha querido vincular su fuerza. Cuando venga el Espíritu de verdad
—anunció Jesús—, me glorificará porque recibirá de lo mío, y os lo anunciará.
El Espíritu Santo es el Espíritu enviado por Cristo, para obrar en nosotros la
santificación que Él nos mereció en la tierra.
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