Hoy es el domingo de
la Santísima Trinidad. reconocemos que Dios no es una cosa vaga, nuestro Dios
no es un Dios «spray», es concreto, no es un abstracto, sino que tiene un
nombre: «Dios es amor». No es un amor sentimental, emotivo, sino el amor del
Padre que está en el origen de cada vida, el amor del Hijo que muere en la cruz
y resucita, el amor del Espíritu que renueva al hombre y el mundo. Pensar en
que Dios es amor nos hace mucho bien, porque nos enseña a amar, a darnos a los
demás como Jesús se dio a nosotros, y camina con nosotros. Jesús camina con
nosotros en el camino de la vida.
La Santísima Trinidad
no es el producto de razonamientos humanos; es el rostro con el que Dios mismo
se ha revelado, no desde lo alto de una cátedra, sino caminando con la
humanidad. Es justamente Jesús quien nos ha revelado al Padre y quien nos ha
prometido el Espíritu Santo. Dios ha caminado con su pueblo en la historia del
pueblo de Israel y Jesús ha caminado siempre con nosotros y nos ha prometido el
Espíritu Santo que es fuego, que nos enseña todo lo que no sabemos, que dentro
de nosotros nos guía, nos da buenas ideas y buenas inspiraciones.
La Trinidad es
comunión de Personas divinas, las cuales son una con la otra, una para la otra
y una en la otra: esta comunión es la vida de Dios, el misterio de amor del
Dios vivo. Y Jesús nos reveló este misterio. Él nos habló de Dios como Padre;
nos habló del Espíritu; y nos habló de sí mismo como Hijo de Dios.
Nos renueva la misión
de vivir la comunión con Dios y vivir la comunión entre nosotros según el
modelo de la comunión divina. No estamos llamados a vivir los unos sin los
otros, por encima o contra los demás, sino los unos con los otros, por los
otros y en los otros. Esto significa acoger y testimoniar la belleza del
Evangelio; vivir el amor recíproco y hacia todos, compartiendo alegrías y
sufrimientos, aprendiendo a pedir y conceder el perdón, valorizando los
diversos carismas bajo la guía de los pastores. En una palabra, se nos
encomienda la tarea de edificar comunidades eclesiales que sean cada vez más
familia, capaces de reflejar el esplendor de la Trinidad y evangelizar, no sólo
con las palabras, sino con la fuerza del amor de Dios que habita en nosotros.
En el Éxodo, Dios se
presenta como compasivo, paciente, misericordioso y fiel. Un Dios con un par de
“brazos”, el de la compasión, es un brazo largo que siempre consigue abrazar a
los hijos más distantes; el brazo de la justicia. De ese Dios amoroso hemos
recibido la oferta de vida más generosa, a través de su hijo Jesús, que se
volcó desmedidamente como servidor de todos y en particular, de los pequeños y débiles.
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