Si bien hay quien pueda
tener la impresión de que la orientación sexual es un rasgo biológico innato y
determinado en los seres humanos (es decir, que ya seamos heterosexuales, homosexuales
o bisexuales, hemos “nacido así”), las pruebas científicas que sostienen esa visión
son insuficientes.
De hecho, el concepto de
orientación sexual es en sí mismo ambiguo, ya que puede referirse a un conjunto
de comportamientos, a sentimientos de atracción o bien a una idea sobre la
propia identidad. Los estudios epidemiológicos muestran una relación más bien
modesta entre los factores genéticos y la atracción o el comportamiento sexual,
y no han logrado proporcionar pruebas significativas que la relacionen con unos
genes en particular.
Existen asimismo pruebas de
otras hipotéticas causas biológicas para el comportamiento, la atracción o la
identidad homosexuales (como la influencia de las hormonas en el desarrollo prenatal);
pero dichas pruebas son también limitadas. Al estudiar el cerebro de personas homosexuales
y heterosexuales se han detectado algunas diferencias, pero no se ha logrado demostrar
que esas diferencias sean innatas o surjan de factores ambientales que hayan ejercido
una influencia en los rasgos psicológicos o neurobiológicos.
Un factor ambiental que parece
estar correlacionado con la no heterosexualidad son los abusos sexuales en la
infancia, factor que también puede contribuir a mayores tasas de problemas de
salud mental entre las subpoblaciones no heterosexuales en comparación con la
población general. En conjunto, los estudios apuntan a un cierto grado de
flexibilidad en los patrones de atracción y comportamiento sexual, en
contraposición a la noción del “nacido así,” que simplifica en exceso la gran
complejidad de la sexualidad humana.
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