domingo, 17 de julio de 2016

EL GRAN VALOR DE LA HOSPITALIDAD


El tema dominante en las lecturas de este domingo es el de la hospitalidad. En la primera lectura, Dios mismo se presenta como huésped a Abrahán (la tradición cristiana ha interpretado siempre a los tres hombres aparecidos a Abrahán como símbolo de la Trinidad) y en el fragmento evangélico, es Jesús quien es acogido como huésped en la casa de Marta y María. Que valor tan grande tiene la hospitalidad.

La hospitalidad no es sólo un gesto de humanidad sino un aspecto del mandamiento nuevo de Cristo. Acoger al huésped y al forastero significa acoger a Cristo mismo, que se ha identificado con él: «Porque... era forastero, y me acogisteis». Después, no es necesario olvidar que en un sentido todavía más verdadero y radical todos nosotros somos huéspedes en este mundo, peregrinos y forasteros, en camino hacia el Señor.

Y en el Evangelio siempre será ejemplar ese deseo de Marta de servir al Señor y a la numerosa comitiva que le acompaña, Jesús la reprende cariñosamente cuando ella se incomoda con la actitud de su hermana al no prestarle ayuda. Marta está muy atareada con las cosas que va a poner en la mesa al Señor, pero se está olvidando del Señor de las cosas. Marta, Marta, tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas. Jesús le recuerda que el trabajo no debe absorbernos de tal forma que no dispongamos de tiempo para escuchar la Palabra de Dios.

Hemos de trabajar mucho y bien, porque tenemos en nuestras manos los intereses de mucha gente. El médico, la salud y la vida de los demás; el abogado, los derechos; el profesor, el futuro profesional de sus alumnos; el arquitecto, las viviendas; el ingeniero, el policía, el mecánico... ¡Qué compromiso y qué responsabilidad porque Jesús nos lo ha asegurado: “Lo que hicisteis por uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.

No hay tarea que justifique el abandono de la atención espiritual y corporal que como seres humanos necesitamos. Una persona que, como Marta, agobiada por los quehaceres diarios no tuviera tiempo para Dios, para los suyos, para su descanso físico y espiritual, acabará no teniendo tiempo para nada ni para nadie, ni siquiera para hacer bien ese trabajo.

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