«Un hombre bajaba de
Jerusalén a Jericó...» y todos dicen o exclaman: ¡Parábola del buen samaritano!
Pero, veamos la circunstancia que la provocó:
«Se presentó un
maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿qué
tengo que hacer para heredar la vida eterna?” Él le dijo: “Qué está escrito en
la Ley? ¿Qué lees en ella?” Él contestó: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al
prójimo como a ti mismo”. Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse,
preguntó a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?”».
El problema, que
incomodaba al doctor de la Ley, era muy debatido en el ambiente judío de la
época. Se discutía sobre quién debía ser considerado como el propio prójimo
para un israelita. El sentido de la pregunta en consecuencia es esta: ¿hasta
dónde nos empuja la obligación de amar al prójimo? La pregunta recuerda aquella
otra de Pedro: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me
haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?» A la pregunta de Pedro, Jesús respondió
contando la parábola del dueño o amo generoso y del siervo despiadado; también,
a la pregunta del doctor de la Ley responde con una parábola:
«Un hombre bajaba de
Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo
molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto».
«Por casualidad, un
sacerdote bajaba por aquel camino y, al vedo, dio un rodeo y pasó de largo. Y
lo mismo hizo un levita. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde
estaba él y, al verlo, le dio lástima».
¡un samaritano que
socorre a un judío! , está puesta para significar que la categoría de prójimo
es universal, no particular. Tiene por horizonte al hombre, no en el círculo
familiar, étnico o religioso sino al hombre en sí mismo, no por algo añadido a
su realidad. ¡Prójimo es, asimismo, el enemigo.
Amar es saber ceder
el propio puesto y aceptar el del otro. El samaritano es un hombre como los
demás, con un pasado, una tradición, una familia, un trabajo, unas leyes y también
unos proyectos. Sin duda, le esperaban un trabajo, una familia, unos amigos.
Pero, por un cierto tiempo, ha dejado aparte todo esto.
Jesús realiza aquí un
giro espectacular respecto al concepto tradicional de prójimo. Prójimo es el
samaritano, no el herido. Esto significa que no es necesario esperar
pasivamente que el prójimo aparezca en el propio camino. ¡Prójimo es aquel que
cada uno de nosotros está llamado a ser. La pregunta a plantearse no es:
«¿Quién es mi prójimo?» sino «¿de quién puedo hacerme prójimo aquí y ahora?»
Según algunas
exégesis antiquísimas, el hombre que descendía de Jerusalén a Jericó es Adán,
la humanidad entera; Jerusalén es el paraíso; Jericó, el mundo; los ladrones
son los demonios y las pasiones, que hacen caer al hombre en pecado
provocándole la muerte; el sacerdote y el levita son la Ley y los profetas, que
han visto la situación del hombre, pero no han podido hacer nada para
cambiarla; el buen samaritano es Cristo, que ha derramado sobre las heridas
humanas el vino de su sangre y el óleo o aceite del Espíritu Santo; la posada,
a la que lleva al hombre recogido en el camino, es la Iglesia; el posadero es
el pastor de la Iglesia, a la que confía el cuidado; el hecho de que el
samaritano prometa volver, indica el anuncio de la segunda venida del Salvador.
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