En el Evangelio de hoy,
Jesús insiste acerca de las condiciones para ser sus discípulos: no anteponer
nada al amor por Él, cargar la propia cruz y seguirle. En efecto, mucha gente
se acercaba a Jesús, quería estar entre sus seguidores; y esto sucedía
especialmente tras algún signo prodigioso, que le acreditaba como el Mesías, el
Rey de Israel. Pero Jesús no quiere engañar a nadie. Él sabe bien lo que le
espera en Jerusalén, cuál es el camino que el Padre le pide que recorra: es el
camino de la cruz, del sacrificio de sí mismo para el perdón de nuestros
pecados. Seguir a Jesús no significa participar en un cortejo triunfal.
Significa compartir su amor misericordioso, entrar en su gran obra de
misericordia por cada hombre y por todos los hombres.
Hoy, Jesús nos indica el
lugar que debe ocupar el prójimo en nuestra jerarquía del amor y nos habla del
seguimiento a su persona que debe caracterizar la vida cristiana, un itinerario
que pasa por diversas etapas en el que acompañamos a Jesucristo con nuestra
cruz: «El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser mi
discípulo».
¿Entra Jesús en conflicto
con la Ley de Dios, que nos ordena honrar a nuestros padres y amar al prójimo,
cuando dice: «Si alguno viene donde mí y no me prefiere a mí más que a su
padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y
hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo» Naturalmente no. Jesucristo dijo que Él no
vino a destruir la Ley sino a llevarla a su plenitud; por eso Él da la
interpretación justa. Al exigir un amor incondicional, propio de Dios, declara
que Él es Dios, que debemos amarle sobre todas las cosas y que todo debemos
ordenarlo en su amor. En el amor a Dios, que nos lleva a entregarnos
confiadamente a Jesucristo, amaremos al prójimo con un amor sincero y justo.
La vida cristiana es un
viaje continuo con Jesús. Hoy día, muchos se apuntan, teóricamente, a ser
cristianos, pero de hecho no viajan con Jesús: se quedan en el punto de partida
y no empiezan el camino, o abandonan pronto, o hacen otro viaje con otros
compañeros. El equipaje para andar en esta vida con Jesús es la cruz, cada cual
con la suya; pero, junto con la cuota de dolor que nos toca a los seguidores de
Cristo, se incluye también el consuelo con el que Dios conforta a sus testigos
en cualquier clase de prueba. Dios es nuestra esperanza y en Él está la fuente
de vida.
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