Profesar
la fe en la Trinidad -Padre, Hijo y Espíritu Santo -equivale a creer en un solo
Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos
envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su
muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la
Iglesia a través de os siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.
Sucede
hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias
sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen
considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este
presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es
negado. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural
unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los
valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de
la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas.
No
podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5,
13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la
necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él
y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14).
Debemos
descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida
fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos
los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51). Creer en Jesucristo es, por tanto,
el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación.
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