Nace en Roma en torno a los siglos IV-V.
Con la paz constantiniana, la Iglesia pudo gozar de libertad y de paz, y por
tanto el culto comenzó a celebrarse con mayor solemnidad. “El canto de entrada
el Introito, solemnizaba la entrada
del Papa y su cortejo.”[1]
Es el primer canto de los denominados procesionales, denominados así porque
acompañan una procesión, un movimiento, un desplazamiento. El procesional de
entrada acompaña la procesión inicial de sacerdotes, ministros, con aire y movimiento
sencillo y animado. Pierde parte de su sentido cuando ha terminado la procesión
y se sigue cantando, haciendo esperar al celebrante. Si hay incensación del altar, el canto de
entrada puede prolongarse mientras dure la incensación.
Función
“Es la primera expresión de la fe; la
unidad, el sentido de la celebración y la alegría de los hermanos que se
reencuentran entre ellos y con su Padre Dios.”[2]
La liturgia es celebrada por un pueblo, el pueblo de Dios; cada uno y todos
participan según su función propia. Pertenece al Pueblo en este momento
manifestar su fe y su alegría con el canto de entrada.
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