La alegría |
El
domingo de hoy está empapado del tema de la alegría. “Alégrense siempre en el
Señor; les repito, alégrense”, escuchamos por boca de San Pablo, pero no se
trata de una alegría subjetiva, sentimental, sino de una alegría objetiva
que se basa en realidades alegres que es en Cristo mismo, que existe y espera
entrar en nosotros. Ni siquiera se trata de una alegría individual o
privada, sino de una alegría comunitaria.
Dios
ha querido que la historia humana, tan llena de llanto y sufrimiento después
del pecado fuera acompañada de un anuncio de felicidad, Antes de Jesús, este pueblo era Israel.
En la primera lectura, escuchamos las palabras con que el profeta Sofonías
recuerda al pueblo elegido su misión y trata de volver a despertar en él la
esperanza: ¡Grita de alegría, hija de Sión! ¡Aclama Israel! ¡Alégrate y
regocíjate de todo corazón, hija de Jerusalén!
En el
salmo responsorial, a la voz de Sofonías se une la de Isaías: Mi fuerza y mi
canto es el Señor: él ha sido mi salvación. Sacarán agua con alegría de los manantiales
de la salvación. El agua que el profeta invita a sacar de Dios es
precisamente el agua de la alegría y la esperanza, la que aplaca la sed del
corazón, no de la boca.
Queridos
hermanos en la vida presente la única alegría
posible y auténtica es la alegría de la espera, sólo la espera es generadora de
alegría viva. Lo que cuenta y que nos hace sentir vivos no es la velocidad,
sino la aceleración, o sea no lo que se tiene sino lo que se conquista.
¿Realmente
basta sólo la esperanza para vivir, concretamente, la experiencia de la
alegría? ¡No! También hace falta la caridad, el ser amados y amar. El amor es el
verdadero generador de la alegría, sólo quien es amado y ama sabe, en verdad,
qué es la alegría.
La
persona que se siente alegre y espera algo bello, es una persona buena, dulce
con todos; no siente la necesidad de ofender, no es amargada, todos los que
están a su alrededor se dan cuenta y dicen: ¡se le lee la alegría en los ojos!
Hoy la
palabra de Dios nos exhorta a hacemos diversos propósitos. No podemos ser
felices solos; “alégrense” significa también: expandir alegría. No debemos
esperar a estar perfectamente sanos o de buen humor para sonreírle a alguien;
una sonrisa puede ser un pequeño don, una luz que se enciende, una ventana que
se abre. El enemigo de la alegría no es el sufrimiento; es el egoísmo, la
concentración en nosotros mismos, la ambición.
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