El Adviento nos invita a dirigir la
mirada a la “Jerusalén celestial”, que es el fin último de nuestra
peregrinación terrena. Al mismo tiempo, nos exhorta a comprometernos, mediante
la oración, la conversión y las buenas obras, a acoger a Jesús en nuestra vida,
para construir junto con él este edificio espiritual, del que cada uno de
nosotros —nuestras familias y nuestras comunidades— es piedra preciosa. Toda
nuestra vida es un adviento, una espera alegre y esforzada para el encuentro
definitivo con Cristo.
FELIZ DOMINGO QUERIDOS AMIGOS.
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