Dicen
los santos padres, “que la Música hace de puente entre la catequesis y la
celebración, transformando en gozo y canto celebrativo el anuncio catequístico
que surge de la vida y canalizando hacia el gozo el empeño de la vida y la
experiencia enriquecida del acontecimiento litúrgico.”[1]
La
música no hará de puente entre la catequesis y la celebración, si la forma
musical elegida no es la adecuada, es decir, la que en lugar de ayudar a rezar,
a sumergirse en la celebración del misterio, distrae, distancia la atención con
sus ritmos y diseños melódicos profanos, pues no responde al espíritu de la
acción litúrgica.
Por
tanto es importante tener en cuenta la elección de la forma musical para que
tenga una buena adaptación en la celebración, ya que cada momento musical tiene
una finalidad concreta: acompañamiento de procesiones, meditación de alguna
lectura, aclamación etc. De este modo se
logra que cada canto ayude eficazmente a la dinámica de toda la celebración.
La
música o forma musical elegida, junto con el texto, configura la música
apropiada para la Liturgia. Esta música elegida no ha de ser difícil, en lo
referente a su interpretación, aunque la belleza musical llega consigo a veces
dificultades al ser interpretadas, pero es mejor manejar el criterio de que la sencillez
es un adorno de la belleza, que es propio de la liturgia.
A
este respecto, la constitución Musicam Sacram nos dice que los cantos no sólo
pueden o deben ser interpretados por la Schola cantorum, sino que también estén
al alcance de coros más modestos (nuestra realidad diocesana) y fomenten la
participación activa de toda la asamblea de los fieles.
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