jueves, 6 de diciembre de 2012

LA FORMA MUSICAL


Dicen los santos padres, “que la Música hace de puente entre la catequesis y la celebración, transformando en gozo y canto celebrativo el anuncio catequístico que surge de la vida y canalizando hacia el gozo el empeño de la vida y la experiencia enriquecida del acontecimiento litúrgico.”[1]
    
La música no hará de puente entre la catequesis y la celebración, si la forma musical elegida no es la adecuada, es decir, la que en lugar de ayudar a rezar, a sumergirse en la celebración del misterio, distrae, distancia la atención con sus ritmos y diseños melódicos profanos, pues no responde al espíritu de la acción litúrgica. 

Por tanto es importante tener en cuenta la elección de la forma musical para que tenga una buena adaptación en la celebración, ya que cada momento musical tiene una finalidad concreta: acompañamiento de procesiones, meditación de alguna lectura, aclamación etc.  De este modo se logra que cada canto ayude eficazmente a la dinámica de toda la celebración.

La música o forma musical elegida, junto con el texto, configura la música apropiada para la Liturgia. Esta música elegida no ha de ser difícil, en lo referente a su interpretación, aunque la belleza musical llega consigo a veces dificultades al ser interpretadas, pero es mejor manejar el criterio de que la sencillez es un adorno de la belleza, que es propio de la liturgia.

A este respecto, la constitución Musicam Sacram nos dice que los cantos no sólo pueden o deben ser interpretados por la Schola cantorum, sino que también estén al alcance de coros más modestos (nuestra realidad diocesana) y fomenten la participación activa de toda la asamblea de los fieles.


[1] M. J. de Pablo Bilbatua, La Música en la Liturgia, 26.

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