domingo, 21 de abril de 2013

EL SEÑOR ES MI PASTOR

El cordero sobre el hombro del buen pastor (Cesarea marítima)

En todos los tres ciclos litúrgicos, el cuarto Domingo de Pascua presenta un fragmento del Evangelio de Juan sobre el Buen Pastor.
El domingo pasado, el Evangelio nos trasladaba entre los pescadores, hoy en cambio el Evangelio nos conduce entre los pastores. Dos categorías de igual importancia en los Evangelios. De una procede el título de «pescadores de hombres», de la otra el de «pastores de almas», dado a los apóstoles.
La mayor parte de Judea era un altiplano de suelo áspero y pe­dregoso, más adaptado al pastoreo que a la agricultura. La hierba era escasa y el rebaño debía trasladarse continuamente de una parte a otra; no había muros de protección y esto exigía una constante presencia del pastor en medio del rebaño.
En el Antiguo Testamento, Dios era el pastor de su pueblo: «El Señor es mi pastor, nada me fal­ta» (Salmo 23,1). «Él es nuestro Dios y nosotros su pueblo, el re­baño que él guía» (Salmo 95,7). Esta imagen ideal del pastor encuentra su plena realización en Cristo. Él es el Buen Pastor, que va en busca de la oveja perdida; se apiada del pueblo, porque lo ve «como oveja sin pastor» (Mateo 9, 36) Y llama a sus discípulos «pequeña grey»
Celebra hoy la Iglesia la Jornada Mundial de oración por las vocaciones. Vocación significa llamada y, cuando en el seno de la Iglesia nos referimos a la vocación, queremos expresar concretamente la llamada que Dios hace a cada hombre. Nuestro Creador nos llama y, en este sentido, todos los hombres tenemos vocación, puesto que debemos ser santos por especial designio de Dios. Dios llama al hombre de un modo singular.

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