jueves, 18 de abril de 2013

¿QUÉ SE REQUIERE PARA SER TESTIGO?

Para empezar tenemos que hacer una pregunta. ¿Cómo se convierte un hombre en testigo? El primer presupuesto básico aparece claramente en el relato de la pesca, los apóstoles regresan a tierra.

Hay un desconocido en la orilla. Aquel discípulo a quien Jesús amaba lo reconoce: “Es el Señor”. Pedro se levanta de un salto, se ciñe la túnica y se echa al agua, para ir así más rápidamente a su encuentro.

El primer presupuesto es, pues, que quien quiera ser testigo de Jesucristo tiene que haberlo visto personalmente, tiene que conocerlo y reconocerlo. Y ¿cómo ocurre esto? Ocurre, nos dice el Evangelio, porque el amor lo reconoce. Jesús está en la orilla; al principio no lo reconocemos, pero le oímos a través de la voz de la Iglesia.

Es él. Ahora nos toca ponernos en pie, ir a buscarlo, acercarnos a él. En la escucha de la Escritura, en el trato y frecuencia de los sacramentos, en el encuentro con él en la oración personal, en el encuentro con aquellos cuya vida está henchida de amor a Jesús, en las diferentes experiencias de nuestra vida y de múltiples maneras nos encontramos con él, él nos busca y así aprendemos a conocerlo.

Acercarse a él por múltiples caminos, aprender a verlo, tal es la primera y principal misión del estudio de la teología. Cuanto más lo conocemos, más cosa nos dicen todas las palabras de la revelación y tanto más se convierten en caminos hacia él y de  él hacia los hombres. El testigo, pues, debe ser algo antes de hacer algo. Debe ser amigo de Jesús para no transmitir sólo conocimiento de segunda mano, sino para ser testigo verdadero.


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