La solemnidad del
sagrado corazón de Jesús. Es una fiesta de origen relativamente reciente,
aunque la idea profunda es muy antigua y tiene sus raíces incluso en la
Escritura, ya que lo que celebramos es el amor de Dios revelado en Cristo y
manifestado sobre todo en su pasión. El símbolo de ese amor es el corazón de
Cristo herido por nuestros pecados.
Fue una monja,
Margarita María Alacoque, de la orden de la Visitación, en Francia, quien
impulsó la idea que cristalizaría en una nueva fiesta en el calendario. Entre
1673 y 1675 tuvo santa Margarita María, en su convento de Paray-le-Monial, una
serie de visiones en las que Cristo le habló pidiéndole que trabajase por la
institución de una fiesta del sagrado corazón, que debería celebrarse el
viernes después de la octava del Corpus Christi.
Significado de la
fiesta.
La devoción al
sagrado corazón es devoción a Cristo mismo. En las representaciones artísticas
no está permitido mostrar el corazón solo. Hay que representar a Cristo en su
humanidad completa, porque él es el sujeto de nuestra adoración y hacia él se
dirige nuestra oración: "Venid, adoremos al corazón de Jesús, herido por
nuestro amor".
Cuando hablamos del
corazón de Jesús o de un corazón humano, ¿qué queremos decir? ¿Nos referimos a
un órgano humano o a una metáfora? Eso depende del contexto de nuestro
discurso; pero, según Karl Rahner en una reflexión filosófica sobre el tema
"corazón", es uno de esos términos primordiales que encierran un rico
significado y valor y apuntan a todo un mundo de realidades. El corazón
representa el ser humano en su totalidad; es el centro original de la persona
humana, el que le da unidad. El poeta Yeats habló del "núcleo profundo del
corazón". El corazón es el centro de nuestro ser, la fuente de nuestra
personalidad, el motivo principal de nuestras actitudes y elecciones libres, el
lugar de la misteriosa acción de Dios.
A pesar de que en las
profundidades del corazón puede existir el bien y el mal, el corazón es símbolo
de amor. Según Rahner, la más íntima esencia de la realidad personal es el
amor. Y puesto que Cristo tuvo un amor perfecto, su corazón es para nosotros el
perfecto emblema del amor. Su corazón fue saturado de amor perfecto al Padre y
a los hombres. Nosotros aprendemos lo que es amor tratando de comprender algo
del amor de Cristo. Su amor es totalmente, pero no solamente, humano, porque en
él nos encontramos con el misterio de un amor humano-divino. El corazón humano
de Cristo está hipostáticamente unido a su divinidad. El amor de Dios se ha
encarnado en el amor humano de Cristo.
El amor de Dios hacia
el hombre existía desde toda la eternidad. Los textos del Antiguo Testamento
abundan de esta evidencia. "Con amor eterno te he amado", declara
Yavé a su pueblo por medio del profeta Jeremías (Jer 31,2). La liturgia de esta
fiesta está sacada de los siguientes textos. La antífona de entrada de la misa
es del salmo 32: "Los proyectos del corazón del Señor subsisten de edad en
edad, para liberar las vidas de sus fieles de la muerte y reanimarlos en tiempo
de hambre". La respuesta al salmo responsorial es como sigue: "La
misericordia del Señor dura por siempre para los que cumplen sus
mandatos". Las lecturas del Antiguo Testamento para los tres ciclos
proclaman el amor de Dios para con su pueblo, demostrando cómo lo eligió y lo
salvó, estableció con él un pacto, lo condujo con suavidad y con andaderas de
amor y fue un buen pastor para él.
Si ya el Antiguo
Testamento revela el gran corazón de Dios, el Nuevo Testamento lo manifiesta
completamente. San Juan, heraldo de la encarnación y del amor de Dios, sólo
acierta a exclamar: "Tanto amó Dios al mundo, que entregó por él a su Hijo
único" (Jn 3,16). El amor de Cristo por el Padre y hacia el hombre caído,
al que vino a salvar, lo llevará a la muerte, y una muerte de cruz. El mismo
declaró: "Nadie tiene mayor
amor que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13). El sufrimiento y la
muerte en cruz de Jesús son una muestra de su amor por nosotros. San Pablo se
maravillaba frecuentemente pensando en ello: "Dios mostró su amor para con
nosotros en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros" (Rom
5,8). San Pablo experimentó ese amor en un nivel personal profundo: toda su
vida fue vivida en la fe en el Hijo de Dios, "el cual me amó y se entregó
a sí mismo por mí" (Gál 2,20).