lunes, 7 de enero de 2013

EL PROYECTO DE VIDA

Proyecto de vida
    Cada persona tiene un proyecto de vida, pero antes de formular este proyecto de vida muchas veces se ha preguntado o se ha encontrado ante estas interrogantes. 
    ¿Qué vas a ser con tu vida? ¿Has pensado alguna vez de entregar tu existencia totalmente a Cristo? Muchas veces la persona se encuentra en la encrucijada de nuestra vida y debe decidir cómo puede vivir un futuro feliz, aceptando las responsabilidades del mundo que nos rodea. Hay que considerar que para hacer este proyecto de vida no estamos solos, porque nuestro proyecto de vida influye muchas veces en la vida de los demás, porque siempre pensamos hacer algo en la vida, para servir a los demás. Pero en el proyecto de vida hay algo que tenemos que considerar si queremos ser felices, es la convicción de ser santos y esa santidad va dirigido a todos los cristianos.
    
     Esta santidad no ser trata de un privilegio de una élite espiritual, sino más bien de una gracia propuesta a todos los bautizados, la santidad cristiana consiste en luchar por no ceder y volver a levantarse siempre, después de cada caída. Y no deriva tanto de la fuerza de voluntad del hombre, sino más bien del esfuerzo por no obstaculizar nunca la acción de la gracia en la propia alma, y ser más bien un humilde colaborador. Con lo dicho ya nos da una pauta que muchas veces el proyecto de vida de cada uno, como que no se lleva a cabo, porque nos damos cuenta que hay una llamada es decir una vocación en medio de nuestro proyecto, y que con nuestra libertad podemos cambiar nuestro proyecto de vida.
    
    Muchas veces nuestro proyecto de vida es ser ingeniero agrónomo y encaminamos todo nuestra meta hacia ella, es decir; estudios, ilusión, etc. Pero resulta que Dios tiene otro proyecto para nosotros, y es el ser Sacerdote. Nuestro proyecto de vida cambia en el momento del Sí a la vocación. Pero cuando no encontramos el por qué de nuestra existencia, después de vanas y extenuantes búsquedas, podemos caer en la desesperación. Y sólo después de encontrarnos con la verdad podemos dar un suspiro como San Agustín, “Qué tarde te amé”.
    Ahora bien si nos centramos a la vocación decimos, que la vocación es un misterio que el hombre acoge y vive en los más íntimo de su ser, depende de su soberana libertad y escapa a nuestra comprensión. No tenemos que exigirle explicaciones, y decirle: ¿Por qué me haces esto? Puesto que Quine llama es el Dador de todos los bienes. Todos hemos sido llamados, cada uno de un modo concreto, para ir y dar muchos frutos. 
   
     Los discípulos por ejemplo, fueron elegidos por el Maestro, no se presentaron voluntariamente, al menos en su inicio, porque la amistad que ofrece a Jesús es completamente gratuita. Y el que se siente querido de Jesús también se siente a su vez obligado a ser un discípulo fiel y activo. Y esto es dar fruto. En conclusión decimos, que en la raíz de toda vocación, no se da una iniciativa humana o personal con sus inevitables limitaciones, sino una misteriosa iniciativa de Dios, distinta del proyecto humano.
  
     La llamada del hombre está primero en Dios, en su mente y en la elección que Dios mismo realiza y que el hombre tiene que leer en su propio corazón. Al percibir con claridad esta vocación que viene de Dios, el hombre experimenta la sensación de su propia insuficiencia. Trata incluso de defenderse anta la responsabilidad de la llamada. Y así, como sin querer, la llamada se convierte en el fruto de un diálogo interior con dios y es, incluso, hasta a veces como el resultado de una llamada con Él.        

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