martes, 29 de enero de 2013

LA SILLA

La silla
La hija  de un hombre le pidió a un sacerdote que fuera a su casa a hacer una oración para su padre que estaba muy enfermo. Cuando el sacerdote llegó a la habitación del enfermo, encontró a éste en su cama con la cabeza alzada por un par de almohadas.

Había una silla al lado de su cama, por lo que el sacerdote pensó que el hombre sabía que vendría a verlo.

-         “Supongo que me estaba esperando”, le dijo.
-         -No, ¿quièn es usted?, le dijo el hombre.
-         “Soy el sacerdote que su hija llamó para que orase con usted; cuando vi la silla vacía al lado de su cama supuse que usted sabía que yo vendría a visitarlo”.
-      “OH si, la silla, dijo el hombre enfermo, ¿le importa cerrar la puerta?”.

El sacerdote sorprendido la cerró. “Nunca le he dicho esto a nadie, pero toda mi vida la he pasado sin saber cómo orar. Cuando he estado en la iglesia ha escuchado que se debe orar y los beneficios que trae, pero siempre esto de las oraciones me entró por un oído y me salió por el otro, pues no tengo idea de cómo hacerlo.

Esto ha sido así en mí hasta hace cuatro años, cuando conversando con mi mejor amigo me dijo: “José, esto de la oración es simplemente tener una conversación con Jesús. Así es como te sugiero que lo hagas: te sientas en una silla y colocas otra silla vacía enfrente, luego con fe miras a Jesús sentado delante de ti, le hablas y lo escuchas, de la misma manera como lo estás haciendo conmigo ahora”. Así lo hice una vez y me gustó tanto que lo he seguido haciendo, unos minutos diarios desde entonces. Siempre tengo mucho cuidado que no me vaya a ver a mi hija... pues me internaría de inmediato en el manicomio.

El sacerdote sintió una gran emoción al escuchar esto y le dijo a José que era muy bueno lo que había estado haciendo, y que no cesara de hacerlo. Luego hizo una oración con él, le dio la bendición y se fue a su parroquia. Dos días después, la hija de José llamó al sacerdote para decirle que su padre había fallecido.

El sacerdote le preguntó: “¿Falleció en paz?
“Sí, cuando salí de la casa a eso de las dos de la tarde me llamó y fui a verlo a su cama, me dijo lo mucho que me quería y me dio un beso. Cuando regresé de hacer compras una hora más tarde ya lo encontré muerto. Pero hay algo extraño, lo encontré con su cabeza recostada sobre la silla que estaba al lado de su cama. ¿Qué  cree usted que pueda significar esto?”

El sacerdote se secó las lágrimas de emoción y le respondió: “Ojalá que todos nos pudiéramos morir de esa manera...”

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