El ser humano no está cerrado en sí mismo. Sus acciones repercuten en toda la realidad y especialmente en la vida de las personas que están en nuestro entorno. El bien genera bien y el mal genera mal. Esto lo podemos constatar todos los días en nuestra sociedad, familia y círculo de amigos. Sin embargo sería muy interesante dar un paso más allá y conocer la causa. Hacernos la pregunta: « ¿Por qué sucede esto?», ¿por qué el bien simplemente no me afecta solo a mí, por qué se difunde en mi entorno?, ¿por qué pasa lo mismo con el mal?
Si Dios es amor y nosotros hemos sido creados a imagen y semejanza suya existe en el hombre un dinamismo de despliegue en el amor. Pero vamos más allá: si Dios es Trinidad y cada una de las Personas Divinas está abierta a las demás hasta el punto de definirse como Amor, entonces podríamos decir que la apertura al otro (el amor) funda la identidad misma de las Personas Divinas, en ese sentido creo que no es incorrecto decir que la comunión funda la identidad (y unidad) Trinitaria.
En el hombre no puede faltar esta impronta divina. Nosotros nos hacemos más hombres mientras más amemos, y no solo eso, hacemos que los demás sean más hombres mientras más los amemos. Las consecuencias del amor que doy no se resumen en mi propia santidad sino que se expande humanizando mi entorno. El hombre es un ser para el encuentro. Enlace
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