El camino de
Dios es de renuncia, de mortificación, de entrega, pero no de tristeza o de apocamiento.
La alegría
cristiana es una realidad que no se describe fácilmente, porque es espiritual y
también forma parte del misterio. Quien verdaderamente cree que Jesús es el
Verbo Encarnado, el Redentor del Hombre, no puede menos de experimentar en lo íntimo
un sentido de alegría inmensa, que es consuelo, paz, abandono, resignación,
gozo... ¡No apaguéis esta alegría que nace de la fe en Cristo crucificado y
resucitado! ¡Testimoniad vuestra alegría! ¡Habituémonos a gozar de esta alegría!
La alegría
espiritual es el principal remo en esta nuestra navegación cristiana.
Una persona
alegre obra el bien, gusta de las cosas buenas y agrada a Dios. En cambio, el
triste siempre obra el mal
Nuestras
pequeñas cruces de hoy pueden ser sólo una señal de mayores dificultades
futuras. Pero la presencia de Jesús con nosotros cada día hasta el fin del
mundo (Mt 28, 20) es la garantía más entusiasta y, al mismo tiempo, más
realista de que no estamos solos, sino que Alguien camina con nosotros como
aquel día con los dos entristecidos discípulos de Emaús
El amor trae
consigo la alegría, pero es una alegría que tiene sus raíces en forma de cruz.
Mientras estemos en la tierra y no hayamos llegado a la plenitud de la vida
futura, no puede haber amor verdadero sin experiencia del sacrificio, del
dolor.
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