Es el hombre de Dios que
hace viva y sensible la presencia de Jesucristo en medio del pueblo cristiano.
Es el hombre de Dios que
está entre Dios y su rebaño, para dar a Dios el honor, la alabanza, la
adoración por sus hijos, aún por aquellos que no reconocen u olvidan a su
Pastor celestial.
Es el hombre de Dios que
da al pueblo la verdad que salva, la gracia que santifica, que señala con el
servicio y el ejemplo el camino de la felicidad eterna.
Es el hombre de Dios que
implora la misericordia de Dios con la hostia divina y consigo mismo, hecho
víctima por los pecados del pueblo; y por esto ora, suplica y llora ante el
sagrario.
Es el hombre de Dios, a
veces incomprendido, que se sacrifica trabajando en un terreno arenoso o lleno
de cizaña y de espinas; que a menudo es calumniado, criticado y atacado.
Es el hombre de Dios a
quien se le recuerdan muchos deberes y poco sus derechos; es un silencioso
bienhechor de la humanidad, de los pobres, los enfermos, los afligidos, los
infelices y los marginados del mundo.
Es el hombre de Dios que
representa al Obispo en su parroquia; y que a través del Obispo representa a
Dios. Todos deben estimarlo y seguirlo como el hombre de Dios; todos deben
cooperar con el hombre de Dios.
Recemos por nuestros
sacerdotes especialmente por nuestro párroco porque son los que llevan el peso
de la parroquia.
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