miércoles, 26 de junio de 2013

PERDÓN EN EL MATRIMONIO

El perdón
Hay una dura ley que dice que, cuando hemos sufrido una herida profunda, no podremos reponernos hasta que hayamos sabido perdonar.

Cuando me piden mi consejo para un matrimonio que tiene problemas, siempre digo: Ora y perdona. Y al joven proveniente de un hogar donde prevalece la violencia, digo: Ora y perdona. Una y otra vez, incluso a la madre soltera que carece de apoyo familiar: Ora y perdona. La madre Teresa

Se ha visto una y otra vez que a menos que marido y mujer se perdonen a diario, el matrimonio puede convertirse en un infierno. También he visto que aún los problemas más difíciles a menudo se resuelven mediante tres palabras: “Lo siento. ¡Perdóname!”

Puede ser difícil pedirle perdón al cónyuge. Requiere humildad y la admisión de las propias debilidades y fallas. Más esto es justamente lo que hace que el lazo matrimonial sea sano y fuerte, que los cónyuges vivan en mutua humildad, plenamente conscientes de su dependencia interior uno del otro.

“convivir en el perdón de los pecados,” porque sin perdón ninguna comunidad humana, y menos aún el matrimonio, puede sobrevivir: “No insistan en sus derechos, no se culpen uno al otro, no juzguen ni condenen, no busquen fallas, sino acéptense el uno al otro tales como son, y perdónense diariamente el uno al otro de todo corazón.”

Son tantas las parejas que duermen en la misma cama y comparten la misma casa, pero que por dentro están distanciados porque han levantado una muralla de resentimientos entre sí. Los ladrillos de esta pared pueden ser muy pequeños – un aniversario olvidado, un malentendido, una reunión de negocios que tenía prioridad sobre una
excursión familiar planeada tiempo atrás. Las mujeres se erizan cuando sus maridos tiran la ropa al piso en vez de echarla en el canasto, y a los maridos no les cae bien que sus esposas les recuerden que ellas también han estado trabajando todo el día.

Muchos matrimonios se salvarían sencillamente con darse cuenta que los seres humanos somos imperfectos. Con demasiada frecuencia se presume que en un “buen” matrimonio no hay discusiones ni desacuerdos.

Pero ésta es una expectativa ilusoria, por lo cual al poco tiempo se desilusionan y se separan, alegando motivos de incompatibilidad. La imperfección humana hace que cometamos errores y nos hiramos uno al otro, muchas veces sin quererlo ni saberlo. La única solución garantizada, infalible, que se ha encontrado en la vida ha sido el perdonar – hasta setenta veces siete en un día si es necesario – y orar.

Una vida de oración activa mantiene a la pareja enfocada en Dios, y así protege su unidad. C. S. Lewis escribe: Perdonar las continuas provocaciones de todos los días, seguir perdonando a la suegra mandona, al marido tirano, a la esposa regañona, a la hija egoísta, al hijo mentiroso, ¿cómo podemos lograrlo? Únicamente, creo yo, recordando nuestra propia situación, y tomando en serio la oración diaria: “Perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.” Ésta es la única condición bajo la cual se nos ofrece el perdón. Rechazar el perdón es rechazar la misericordia de Dios para con nosotros mismos. No hay excepciones, ni por asomo. Lo que Dios dice, lo dice en serio.

El amor de Jesucristo reconcilia y perdona, mientras que los que se divorcian y vuelven a casarse cierran la puerta a la posibilidad de una futura reconciliación. Aunque las circunstancias dicten una separación transitoria, el amor leal es el único camino hacia la restauración de la unidad matrimonial.

El enorme abuso de confianza que es la infidelidad puede llevar años para sanar. Ambos deben empeñarse en recuperar la confianza mutua para que el matrimonio se pueda restaurar.


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