El perdón |
Hay una dura ley
que dice que, cuando hemos sufrido una herida profunda, no podremos reponernos
hasta que hayamos sabido perdonar.
Cuando me piden mi
consejo para un matrimonio que tiene problemas, siempre digo: Ora y perdona. Y
al joven proveniente de un hogar donde prevalece la violencia, digo: Ora y
perdona. Una y otra vez, incluso a la madre soltera que carece de apoyo
familiar: Ora y perdona. La madre Teresa
Se ha visto una y otra
vez que a menos que marido y mujer se perdonen a diario, el matrimonio puede
convertirse en un infierno. También he visto que aún los problemas más difíciles
a menudo se resuelven mediante tres palabras: “Lo siento. ¡Perdóname!”
Puede ser difícil
pedirle perdón al cónyuge. Requiere humildad y la admisión de las propias
debilidades y fallas. Más esto es justamente lo que hace que el lazo
matrimonial sea sano y fuerte, que los cónyuges vivan en mutua humildad,
plenamente conscientes de su dependencia interior uno del otro.
“convivir en el
perdón de los pecados,” porque sin perdón ninguna comunidad humana, y menos aún
el matrimonio, puede sobrevivir: “No insistan en sus derechos, no se culpen uno
al otro, no juzguen ni condenen, no busquen fallas, sino acéptense el uno al
otro tales como son, y perdónense diariamente el uno al otro de todo corazón.”
Son tantas las
parejas que duermen en la misma cama y comparten la misma casa, pero que por
dentro están distanciados porque han levantado una muralla de resentimientos
entre sí. Los ladrillos de esta pared pueden ser muy pequeños – un aniversario
olvidado, un malentendido, una reunión de negocios que tenía prioridad sobre
una
excursión familiar
planeada tiempo atrás. Las mujeres se erizan cuando sus maridos tiran la ropa
al piso en vez de echarla en el canasto, y a los maridos no les cae bien que
sus esposas les recuerden que ellas también han estado trabajando todo el día.
Muchos matrimonios
se salvarían sencillamente con darse cuenta que los seres humanos somos
imperfectos. Con demasiada frecuencia se presume que en un “buen” matrimonio no
hay discusiones ni desacuerdos.
Pero ésta es una
expectativa ilusoria, por lo cual al poco tiempo se desilusionan y se separan,
alegando motivos de incompatibilidad. La imperfección humana hace que cometamos
errores y nos hiramos uno al otro, muchas veces sin quererlo ni saberlo. La
única solución garantizada, infalible, que se ha encontrado en la vida ha sido
el perdonar – hasta setenta veces siete en un día si es necesario – y orar.
Una vida de oración
activa mantiene a la pareja enfocada en Dios, y así protege su unidad. C. S.
Lewis escribe: Perdonar las continuas provocaciones de todos los días, seguir
perdonando a la suegra mandona, al marido tirano, a la esposa regañona, a la
hija egoísta, al hijo mentiroso, ¿cómo podemos lograrlo? Únicamente, creo yo,
recordando nuestra propia situación, y tomando en serio la oración diaria: “Perdona
nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.” Ésta es
la única condición bajo la cual se nos ofrece el perdón. Rechazar el perdón es
rechazar la misericordia de Dios para con nosotros mismos. No hay excepciones,
ni por asomo. Lo que Dios dice, lo dice en serio.
El amor de
Jesucristo reconcilia y perdona, mientras que los que se divorcian y vuelven a casarse
cierran la puerta a la posibilidad de una futura reconciliación. Aunque las
circunstancias dicten una separación transitoria, el amor leal es el único
camino hacia la restauración de la unidad matrimonial.
El enorme abuso de
confianza que es la infidelidad puede llevar años para sanar. Ambos
deben empeñarse en recuperar la confianza mutua para que el matrimonio se pueda
restaurar.
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