domingo, 23 de junio de 2013

EL PERDÓN EN LA VIDA DIARIA

Mucha gente nunca tendrá que decidir si puede o no puede perdonar a un asesino. Pero todos se enfrentan a diario, quizás muchas veces en un solo día, con la necesidad de perdonar al esposo o esposa, a los hijos, a los compañeros de trabajo. Y esta tarea no es menos importante.

“El árbol venenoso”, William Blake nos demuestra como el resentimiento más pequeño puede florecer y producir un fruto mortal.

Yo estaba enojado con mi amigo:
expresé mi enojo; mi enojo se acabó.
Yo estaba enojado con mi enemigo:
me quedé callado, y mi enojo creció.
Y lo irrigué con temores,
de noche y en la mañana, con mis lágrimas;
lo puse al sol con sonrisas,
y con suaves, engañosas astucias.
Creció día y noche,
hasta que dio una manzana;
mi enemigo la vio relucir un día,
y supo que era mía.
En mi jardín se metió
cuando la noche el tronco veló:
Contento hallé por la mañana,
estirado bajo el árbol, a mi enemigo.

Las semillas del árbol de Blake son los pequeños rencores de la vida diaria. Si caen en corazón fértil, crecerán, y si se cuidan y nutren, adquirirán vida propia. Puede que al principio sean pequeños, aparentemente insignificantes, apenas perceptibles; no obstante hay que sobreponerse a ellos. Blake nos enseña en los primeros dos versos qué fácil es: Tenemos que hacerle frente a nuestro enojo y arrancarlo de raíz antes de que pueda crecer.

Es menos difícil perdonar a un desconocido que a una persona conocida que goza de nuestra confianza. Por eso es tan difícil sobrellevar el desengaño cuando hemos sido traicionados por compañeros o amigos íntimos que conocen nuestros pensamientos más profundos, nuestras idiosincrasias y flaquezas humanas; cuando se tornan contra nosotros, nos dejan atolondrados.

Muy pocas disputas tienen un solo lado. Pero en nuestro orgullo vemos únicamente los pecados de los demás y cerramos los ojos ante las faltas propias. A menos que seamos capaces de humillarnos, no podremos nunca perdonar ni ser perdonados. Esta humillación es dolorosa, pero forma parte inevitable de la vida. El perdón nos permite ir más allá del
dolor, sin negar su realidad, para alcanzar la alegría que nace del amor.

No hay manera en que podamos gozar de una vida plena a menos que estemos dispuestos una y otra vez a sufrir, a soportar la depresión y la desesperación, el miedo y la ansiedad, la angustia y la tristeza, el enojo y la agonía de perdonar, la confusión y la duda, la crítica y el rechazo. Una vida carente de estas agitaciones emocionales será inútil, no solamente para nosotros mismos, sino también para los demás. No podemos sanar si tratamos de evitar el sufrimiento.

La verdadera comunidad, ya sea con el cónyuge o en la familia, con los hermanos y hermanas espirituales, o con los compañeros y amigos, exige que revelemos nuestras almas los unos a los otros. C.S. Lewis va más allá y dice que “amar significa ser vulnerable. Fuera del cielo, no hay lugar donde se está completamente a salvo de los peligros y perturbaciones que trae consigo el amor.”

Ya hemos visto adonde nos lleva el cultivar pequeñas rencillas. Ese cultivo casi siempre toma la forma del chisme. Nos quejamos de nuestras heridas para que nos tengan lástima, echando leña al fuego y difundiendo nuestros rencores aún más. Si echamos un vistazo a la sociedad de hoy, a nuestros hogares y escuelas, a los hospitales y a las iglesias, a las oficinas y a las fábricas, es fácil ver los efectos devastadores del chisme: las horas de trabajo perdidas y la disminución de la productividad, la tensión nerviosa y el agotamiento, hasta el suicidio.

¿Cómo se puede vencer este mal?


Por difícil que sea, la única forma de deshacernos del enojo y liberarnos de los sentimientos reprimidos de una manera honesta es hablar franca y directamente.

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