Casarse no sólo por la propia felicidad sino por la felicidad del cónyuge y de
los hijos. La felicidad verdadera les llega a los que son generosos. Ellos
quieren dar sin esperar nada a cambio. Se sacrifican ellos mismos en cualquier
aspecto por las personas que aman y de quienes son responsables. Amar significa
dar y sacrificarse, sin pensar en uno mismo o en su propio bienestar.
Tener la intención correcta. El objetivo
del matrimonio también es crear un hogar cristiano, es decir, tener hijos,
educarlos en la fe cristiana y conducirlos al cielo.
Tener seria intención de contraer
matrimonio válido. Es necesario recordar que sólo existirá una unión total
cuando la persona está casada de acuerdo con las leyes de la Iglesia. Las
relaciones sexuales deben reservarse para el matrimonio. Las condiciones y
gracias adecuadas para empezar una familia sólo se encuentran en el matrimonio.
Ceder a la tentación antes del matrimonio indica egoísmo, el cual es un
detrimento serio para un futuro matrimonio. Además, ceder a la tentación
oscurece el enlace de unidad que debe provenir del acto marital. Cuando se
tienen relaciones sexuales prematrimoniales se corre el peligro de tener solo
un "amorío" y elegir el compañero equivocado para el matrimonio.
Ser comprensivo, Hay que ponerse en los
zapatos de la pareja. Conviene ser positivos y ponerse de acuerdo en las
opiniones.
Vivir una buena vida católica. Se necesita
la gracia de Dios como base para el futuro matrimonio. Conviene participar en
la Santa Misa y recibir la Sagrada Comunión todos los domingos y lo más
frecuentemente posible. También confesarse con regularidad.
Rezar juntos por un matrimonio santo y
feliz. Al final de la vida Dios mismo pondrá en la balanza la forma en que se
ha vivido la vida matrimonial. Hay que considerar el matrimonio a la luz de la
eternidad del juicio de Dios y buscar su ayuda cuando se responde a esta
vocación. Encomendarse particularmente a la Santísima Virgen María y a San
José, quienes formaron la Sagrada Familia con Jesús, nuestro Salvador.
Por Pbro. Pablo Arce Gargollo y James P. Socías
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