Formarnos para no cometer el error |
El verdadero conocimiento de lo que la otra
persona es debe conducir al reconocimiento de su valor en sí misma, de su
dignidad, de su sacralidad y de ser don para quien ha de constituirse en
cónyuge para siempre.
Existen diferentes tipos de conocimiento.
Uno de ellos es el que deriva del poder descubrir al otro como alguien
semejante a uno mismo y que nos lleva a tratarle del mismo modo como nos
gustaría, con dignidad. Este conocimiento intuitivo es el que nos permite
vencer prejuicios raciales, étnicos, culturales, etc.
Sólo posteriormente, este mismo hombre,
dice la Sagrada Escritura, “conoció” a su mujer Eva la cual quedó
embarazada y dio a luz a su hijo Caín (Gn. 4,1). Con esto nos vamos dando cuenta
que de “conocer” como reconocer y “conocer” como encontrar hay una diferencia
abismal que ha querido ser rellenada por el pensamiento contemporáneo
dándole al término una peligrosa reducción que hace que las relaciones
humanas, especialmente las de pareja, vayan al traste por querer saltarse los
procesos de interacción personal.
Pensemos en lo siguiente: si una pareja de
novios se conceden el equivocado derecho a sostener relaciones sexuales como
preámbulo al verdadero conocimiento, corren el peligro de limitar las
posibilidades de poder saber realmente ante quien se encuentran; esto porque el
sexo, lo he afirmado en otros momentos, tiene capacidad para devaluar
a la otra persona haciendo que el lente por el que se le mira y evalúa
sea el eminentemente erótico-sexual. Dicho de otra manera: al quitarse la ropa
sin haberse tomado el tiempo para el reconocimiento de la dignidad propia y
ajena, al otro se le cosifica (se le convierte en una cosa) y se le
considera peligrosamente como una fuente de placer y no alguien digno de ser
amado por sí mismo. De este modo el sexo se vuelve un fin en sí mismo y se cree
que el ejercicio óptimo de la genitalidad es referente exclusivo para la
elección esponsal. Texto Orgiginal, Aleteia.org
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